Hay dos teorías sobre el veto presidencial a los dos consejeros del INAI recientemente elegidos por el Senado: la primera, que son cercanos a Ricardo Monreal, y la segunda, que López Obrador no quiere que el Instituto responsable de la transparencia sesione.
La primera teoría tiene que ver con el hecho de que, desde que se propusieron los nombres que hoy vetó el Presidente, de acuerdo con sus atribuciones, Rafael Luna Alviso y Yadira Alarcón, ni siquiera habían sido los candidatos con las mejores calificaciones.
De hecho, Luna Alviso había sido descalificado en la primera ronda, pero aún así, fue incluido como finalista por el propio Monreal.
Tampoco Yadira Alarcón había sido la mujer mejor calificada.
Ambas propuestas fueron cabildeadas en la bancada de Morena y, pese a que el ala dura de la fracción no estaba de acuerdo con los nombramientos, al final decidieron apoyarlos.
La dupla fue aprobada por 77 de los 105 senadores presentes en la sesión, pero los propios morenistas, los que no simpatizan con las aspiraciones de Monreal, se inconformaron.
Quién sabe si estos mismos legisladores hayan documentado la cercanía de los ahora vetados con el coordinador de la bancada guinda, que habría sido el argumento presidencial para descalificarlos.
La otra teoría tiene que ver con el ánimo presidencial de destazar a los organismos autónomos, que nomás no le acaban de caer.
El Senado se tardó casi un año en designar a los nuevos consejeros -¡casi un año!- y no fue sino hasta que la Corte urgió a la Cámara alta a cumplir con su obligación que se concretó el trámite.
El pleno del INAI, con 4 consejeros actualmente, no puede sesionar si no tiene por lo menos a cinco integrantes.
Los tiempos ya no dan para que el Senado proponga nuevos nombres; si se tardaron casi un año para un procedimiento ordinario,
¿cuánto se tardarán para un extraordinario?
Sin el quinto consejero el pleno del INAI seguirá sin sesionar y los únicos que pierden son los ciudadanos mexicanos que buscan información en el llamado sexenio más transparente de la historia.
Irónico, desde luego.
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Quizá Marcelo Ebrard no ha leído las estadísticas sobre el nivel de lectura de los mexicanos y por ello se aventuró a publicar su biografía.
O puede que el canciller pensó dedicar su libro a las clases medias que tienen un porcentaje de lectura mayor al promedio, y es exactamente a dónde quiere llegar.
No es que el libro se pueda repartir en los mítines estilo Morena en un mercado, porque terminarán siendo la calza de una mesa con una pata corta; está pensado para quienes leen y lo ven como una opción dentro del abanico de presidenciables.
Ebrard no miente cuando dice que, de las cuatro corcholatas, es el que mayor experiencia y reconocimiento tiene; ya fue secretario General de Gobierno en el DF, fue jefe de Gobierno, fue jefe de la Policía capitalina y como integrante de la 4T es el funcionario al que mayores tareas le han encargado.
Bueno, hasta le decían “el vicepresidente’’.
El 20 de marzo se presenta su autobiografía; el evento será un buen termómetro para medir cómo andan sus apoyos dentro del partido del Gobierno pues a muchos que tienen otras apuestas, no les gustará que su evento fuera exitoso.
A ver, a ver.
JC