“Hagan lo que hagan no van a regresar al poder los oligarcas”. Esta frase del presidente Andrés Manuel López Obrador, que es una muestra más de que su pecho no es bodega, es una clara advertencia de que si fracasó su plan electoral “A” y ahora también el “B”, va por un plan “C” y si hace falta el resto del abecedario con tal de retener el poder.
Solo para atender a las definiciones de López Obrador, oligarca es todo aquél que no sea él, quien se asume como el representante del pueblo y sus causas.
No podemos tomar a la ligera el saber que el presidente López Obrador nos está avisando que no tiene disposición de entregar la banda presidencial a nadie que no sea su elegido.
Además, aun sin esa declaración tan contundente del mitin del pasado 18 de marzo en el Zócalo de la Ciudad de México, tenemos frente a nosotros el trabajo de su bancada legislativa para garantizarle el control del árbitro electoral.
Parece inminente la toma del control del Instituto Nacional Electoral a través de un muy evidente truqueado proceso de relevo de consejeros que tratarán de poner a ese órgano autónomo al servicio de la 4T, como ha ocurrido con tantas otras, empezando por la CNDH.
En términos de la planeación económica y financiera, en México, al menos en lo que va de este siglo se había dado por descontado que el resultado de las elecciones, fuera cual fuera, sería legal, avalado por el autónomo árbitro electoral, que se habría encargado de una organización pulcra y creíble de una jornada electoral, con amplia participación ciudadana y por lo tanto, que no dejara dudas.
Ese organismo autónomo y ciudadano ha sido capaz de organizar procesos electorales en los que la mayoría han arrojado alternancia política y en ninguno de los casos se ha dado ni violencia, ni ruptura. Aun en momentos en los que alguno de los contrincantes derrotados han desconocido los resultados.
Si cruzamos los resultados electorales con los indicadores económico-financieros, podemos notar que siempre hay algo de volatilidad en los momentos previos a las elecciones, pero, también como constante, la estabilidad ha dominado los procesos de transición del poder, aun en aquellos que políticamente han sido más complejos.
PAN, PRI y López Obrador han ganado elecciones sin crisis de transición sexenal en buena medida porque el INE ha sido el aval indiscutido de esos triunfos.
Si la opción electoral del régimen de López Obrador no se apoya en recursos públicos, no cuenta con el desacato a la ley que le impide al Presidente hacer campaña y gana por amplio margen, no importaría ese planeado dominio sobre el INE.
Pero si el escenario es de un claro intervencionismo político y económico, de un triunfo muy cerrado o incluso de una derrota electoral del oficialismo, es ahí donde sería previsible un conflicto postelectoral que invariablemente acarrearía consecuencias económicas.
Hay que dejar de ver todos estos intentos de contrarreformas electorales, los planes A,B o C, como anécdotas folclóricas del régimen y hay que tomarlas en serio como amenazas al sistema democrático que los llevó al poder y que hoy quieren anular.
Sin estabilidad democrática y reglas claras, no puede haber estabilidad económica y financiera.
@campossuarez