¿La democracia moderna en su forma más antigua está llegando a su fin? Por el momento, la respuesta no es clara. Sin embargo, lo que sí podemos constatar es que nos hallamos frente a una nueva crisis de las mismas, donde Estados Unidos ha visto, desde 2018, tambalear las estructuras que dieron forma a su conformación política.
En este sentido, cabe destacar que una de las principales vulnerabilidades de su sistema político radica en su fiel creencia de que el Presidente se limita a sí por su propia ética y compromiso con el interés público. No obstante, me surge la pregunta acerca de qué ocurriría si alguien asumiera el cargo sin poseer dichas cualidades, como justo se plantea en el artículo Cómo construir una autocracia, publicado en The Atlantic, por David Frum.
Frum expone cómo EU pudo transicionar de una democracia a un régimen autocrático bajo el liderazgo de Trump; ya que si bien Estados Unidos es considerado como una democracia por demás sólida, no debemos olvidar que ninguna invención es a prueba de contingencias y, mucho menos una democracia constitucional.
En ese orden, no es de extrañar que el sistema estadounidense, a pesar de todas sus amenidades, se encuentre perforado, entre otros, por la llegada al poder de Trump, quien se halla procesado por 34 cargos por supuesta falsificación de registros comerciales.
Digo lo anterior de la mano de Frum, pues, ¿cómo se puede explicar que un Presidente llegue al poder gracias, al menos en parte, a una intervención clandestina de un servicio de inteligencia extranjero hostil? Además de utilizar su posición para atacar a individuos y crear fideicomisos que no son realmente ciegos. Así como invitar a mezclar negocios públicos y privados y, de alguna manera, lograr que los miembros descontentos de su propio partido apoyen sus elecciones, aunado a sus nuevas acusaciones.
El escenario es por demás preocupante. Es alarmante el hecho de cómo los líderes autoritarios pueden erosionar las instituciones y consolidar su poder. No obstante, no debemos dejar de lado que la construcción de una autocracia no ocurre de la noche a la mañana, sino que es un proceso gradual y sutil que a menudo comienza por el socavamiento de la independencia del poder judicial, la prensa y otras instituciones que podrían desafiar su poder.
Estamos en un momento clave. Diversas naciones están experimentando un aumento de la polarización política y la erosión de sus instituciones.
Lo que ha sucedido en Hungría desde 2010, ofrece un ejemplo, donde las reglas electorales favorecen a los detentadores del poder en formas tanto obvias como sutiles. A su vez, se podría contar un caso similar con el alejamiento de la democracia en Sudáfrica bajo los sucesores de Nelson Mandela o en Venezuela bajo el régimen de Chávez. Incluso, a pesar de que parece ser ya una lejanía, el caso de la Nicaragua autoritaria.
Asimismo, no deja de ser preocupante casos como Polonia, donde el nacionalismo aunado al gasto social, ha fungido como una mezcla en favor de la recesión democrática; o Francia, con su eterna candidata de ultraderecha, Marine Le Pen.
Pero, a pesar de que ninguna sociedad tiene garantizado un futuro exitoso, aún hay razones para mantener la esperanza.
¿O será otra de las cosas que no hacemos?
Consultor y profesor universitario
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