Sin ironías, es interesante tratar de entender por qué alguien quisiera ser Presidente después del licenciado López Obrador, que, como debe quedar claro a cualquiera que no tenga un teflón verdaderamente infalible para eso que se llama realidad, ha aplicado a rajatabla lo de “Después de mí, el diluvio”.

En el caso de la oposición, imagino que, más allá los casos de cinismo puro y duro que seguramente deambulan por ahí y de las auténticas buenas voluntades que, por difícil que resulte de creer, existen en la política mexicana, queda el atractivo no menor de llegar a corregir un tiradero sin precedentes y consagrarte, tú sí, como el salvador de la patria, es decir: darte un masaje delicioso al ego, aunque sea al precio de una chinga.

Más difícil es entender que alguien quiera entrarle a esto, en cambio, por el lado del oficialismo. Primero, está el problemita de que el dinero ya se lo acabaron: no hay ahorros del neoliberalismo para disimular la inviabilidad del modelito. Enseguida, el problema del Ejército. Esta semana vimos cómo, ante el escándalo por los viajes del general Sandoval, el Presidente decidió que era una gran idea darle los impuestos del turismo a las fuerzas armadas, igual que se empeñó en dejar bajo mando militar a la Guardia Nacional cuando las evidencias de que los militares han estado metidos en matanzas no dejan de brotar del suelo.

Muy bien: lidia con un Ejército enriquecido, todopoderoso y rotundamente reacio a rendir cuentas. Súmale que el crimen organizado vuela libre como el viento; que Pemex y la CFE han dejado un socavón en los dineros como no se había visto; que los gringos están furiosos; que las corruptelas infinitas del sexenio del cambio van a tenerte bajo la mira, con lo que el saqueo no será tan sencillo y, que el sistema de salud, chafa como era, lo tronaron, y bueno: vaya paquetito. Con el añadido, claro, de que ni siquiera vas a poder venderte como el gran transformador de la patria. Ese, si todo va bien, estará, tan campante, en el rancho, escribiendo y girando instrucciones para que no se pierda su legado.

En fin, que, a pesar del atractivo de las Suburban, de vivir en Palacio, de que los cubanos te manden unos puros y una medalla para ver si les mandas otra lanita o un poco de gasolina, de que te armen mítines a mayor gloria y de darle chamba o concesiones a tus cuates, lo de ser Presidente ya no tendrá tanta gracia como antes. Pensándolo bien, el licenciado sí que acabó con los privilegios… del futuro. Con eso, y con todo lo demás.

 

    @juliopatan09