En la guerra de Sudán, los dos generales no sólo tienen a sus propias tropas sino que cuentan con mercenarios, guardias privados, combatientes tribales e instructores extranjeros, motivados por la codicia y atraídos por el oro.
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Desde hace décadas, recurrir a las milicias es una actividad lucrativa en Sudán. A veces es el gobierno quien les encarga reprimir a las minorías étnicas y los movimientos armados o bien paga por sus servicios en campos de batalla en el extranjero.
El país africano es escenario desde mediados de abril de una lucha abierta entre el jefe del Ejército regular, el general Abdel Fattah al Burhan, y los paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) del general Mohamed Hamdan Daglo.
Las FAR de Daglo, apodado “Hemedti”, ya intervinieron en la región sudanesa de Darfur, en Malí, Libia, la República Centroafricana o Rusia.
Durante un tiempo, estos temidos paramilitares lucharon también en Yemen, apoyando a Arabia Saudita y los Emiratos, Libia y otros lugares del Sahel.
Ahora que la guerra está en su territorio, las FAR publican en las redes sociales videos de combatientes que les expresan su apoyo en Chad o Níger.
La mayoría de los jefes de las milicias, entre ellos Hemedti, son de origen chadiano. A lo largo de las generaciones, reclutaron hombres y luego a sus hijos, ofreciendo a todos “pasaportes sudaneses y tierras abandonadas por desplazados no árabes”, aseguró en 2017 el centro de investigación Small Arms Survey.
En Sudán también hay otros mercenarios extranjeros, como los del grupo ruso Wagner, que apoyan a las FAR. Sudán sirve de base, pero también de fuente de financiación para Wagner.
CON INFORMACIÓN DE AFP
LEG