En unos grandes almacenes desiertos de Edimburgo, en Escocia, Tim Vincent-Smith mete la mano bajo la tapa abierta y toca las tensas cuerdas de uno de los cientos de pianos que ha rescatado de la basura antes de darlos en adopción.
A medida que los hogares británicos se fueron deshaciendo en las últimas décadas de estos instrumentos para liberar espacio, “descubrí que había montones de pianos que iban a parar al vertedero”, explicó este músico.
Empezó fabricando muebles con su madera, pero a medida que le llegaron más y más pianos, se dio cuenta de que muchos aún estaban “bastante bien”, por lo que él y su amigo Matthew Wright decidió crear Pianodrome, un proyecto de restauración y reubicación para darles una nueva vida.
“Lo mejor para un piano antiguo es encontrar un nuevo hogar”, afirma.
La fabricación de pianos es toda una tradición en el Reino Unido desde hace más de 200 años. En su época dorada, a principios del siglo XX, el país contaba con 360 fabricantes.
Abastecía de pianos a todo el mundo, y muchos grandes compositores, como Frédéric Chopin, Franz Liszt y Johann Christian Bach, tenían pianos de fabricación británica.
Estos instrumentos, que ocupaban un lugar central en pubs y hogares, fueron en su día un elemento fundamental de la vida social y la identidad británica.
Pero a medida que los hogares se fueron haciendo más pequeños, resultaba cada vez más difícil encontrarles un espacio.
Junto con la aparición de los televisores, que proporcionaron una fuente alternativa de entretenimiento nocturno, y más tarde de los teclados electrónicos, los pianos se vieron desplazados y sus propietarios empezaron a buscar formas de deshacerse de ellos.
En las décadas de 1950 y 1960 se celebraron en Inglaterra concursos para destrozar pianos, en los que hombres armados con grandes mazos competían por reducirlos a escombros.
Vincent-Smith se topó por primera vez con los pianos desechados cuando empezó a construir muebles hace 20 años, mientras vivía y trabajaba en la librería Shakespeare and Co. de París.
El dueño lo enviaba a los vertederos de la zona a recoger tablones de madera con los que fabricaban estanterías, bancos y camas para los viajeros que trabajaban en la tienda.
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Y Vincent-Smith se vio sorprendido por la calidad de los pianos que se tiraban en París.
Después de poner en marcha Pianodrome, le trajeron un piano de un centro comunitario de la ciudad inglesa de Plymouth, que parecía inservible.
“Todas las teclas estaban pegadas porque se habían humedecido. Limé los bordes de los contrapesos de plomo. Y cuando las teclas podían moverse, descubrimos que sonaba muy bien”, recuerda.
“Empecé a tratarlo con más cuidado y conseguí que todas las notas funcionaran, terminaron siendo nuestro piano de concierto”, afirma Vincent-Smith, que toca en una banda con Wright.
Algunos de los pianos que reciben no se pueden restaurar. Entonces, los desmontan y los convierten en muebles o esculturas.
Una de esas obras de arte, un colmillo de elefante de seis metros de altura, se alza a la entrada de los grandes almacenes abandonados donde instalaron Pianodrome.
Ahí se organizan eventos periódicos, que transforman el local en una sala de conciertos gracias a un anfiteatro íntegramente construido con madera procedente de pianos.
También hay sesiones abiertas en las que los entusiastas pueden probar los instrumentos y, cuando uno les convence, lo adoptan y se lo llevan a casa a cambio de un pequeño donativo opcional.