¿Realmente necesitamos que Disney haga versiones live action de todas sus películas animadas?
¿Cómo se ve la Sirenita, uno de los personajes más queridos de Disney, en el 2023?
Sinceramente, nadie se lo preguntó, pero las personas dentro de la empresa del ratón y sus ambiciones monetarias no conocen límites. Desde 2016, cuando salió la primera versión en carne y hueso de El Libro de la Selva, no nos esperábamos una tendencia continua. O quizá no luego luego. A esta le siguió La Bella y la Bestia, Mulán, Aladín, entre otras. Y más allá de pensar en la felicidad de revivir memorias de la infancia, o de tener un pretexto para volver a ver los clásicos animados, en realidad hay terror por varios miembros de la audiencia.
En primera porque la mayoría de estas adaptaciones o son copia y calca de sus contrapartes ilustradas o, para adaptarse a los tiempos y/o a los retos de hacer cosas imposibles cobrar vida a través de los efectos especiales, pueden hasta arruinar los clásicos de nuestra infancia. Claro, hay excepciones, como la ya mencionada Libro de la Selva (que aporta cosas nuevas al relato sin romper su legado), pero si los resultados son casos como el del El Rey León en 2019 (en donde ni un elenco estrella pudo salvar la terrible idea de hacer un live action en donde no hay ni un solo humano), entonces, ¿para qué se molestan? Por desgracia, es la nostalgia la triunfadora. La curiosidad puede haber matado al gato, pero no las millonarias ganancias que estas cintas se llevan bajo la bolsa. El Rey León se llevó alrededor de 1,663 miles de millones de dólares en taquilla.
La segunda consecuencia importante es que, gracias a estas cifras, se sigue justificando la producción de estos “rerelatos”, y la industria Hollywoodense tiene más pretextos para contar menos historias originales, y menos nuevas dentro del mismo universo. Eso tan siquiera da paso a cosas más originales, ¿no?
Y la justificación más grande para ello es el olvido. Si hay tiempo suficiente entre la versión animada y la nueva, existe una justificación, porque es presentar clásicos a nuevas audiencias. ¿Pero a qué costo?
¿Hay quien pueda parar esto?
Si ya tiramos la opción de las precuelas o spin-offs por la borda, ¿cuál es el camino?
Contratar buenos adaptadores. Pero la verdad los casos son contados en donde la perspectiva moderna realmente sume a los clásicos. Por supuesto, existe todo el discurso LGBT+ y feminista, pero se necesitan justificaciones dramáticas, ¿por qué contar esta historia ahora? Un gran ejemplo de ello es la versión de Guillermo del Toro de Pinocho: mantiene los valores y la trama principal del relato a la par de darle un sello artístico y personal al cuento de hadas, haciéndolo incluso mucho mejor que el producto original. Entonces, la solución aquí sería enfocarse en conseguir directores cuyo corazón esté en el material para realmente aportar nuevas ideas a la mesa. ¿Pero se tomarán el tiempo? ¿O se dejarán llevar solo por las ganancias?
directores cuyo corazón esté en el material para realmente aportar nuevas ideas a la mesa. ¿Pero se tomarán el tiempo? ¿O se dejarán llevar solo por las ganancias?
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