Aparentemente definida la candidatura presidencial de Morena, los jaloneos comienzan a verse entre los aspirantes a la jefatura de Gobierno de la CDMX.
Tres nombres son los que tendrían el beneplácito presidencial.
El primero, por su lealtad a la causa, es el de la secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez, quien fue secretaria general de Gobierno de Claudia Sheinbaum y en el sexenio de López Obrador como jefe de Gobierno fue encargada de las estructuras partidistas del PRD en la capital.
Martí Batres es otro que lleva años formado en la fila, pero lo más que ha logrado ser es senador.
Hoy ocupa la secretaría de Gobierno de la CDMX, en sustitución de Rosa Icela Rodríguez, espacio desde el cual sigue haciendo su lucha.
A diferencia de la secretaria de Seguridad, Batres es de la línea radical, lo cual ha complicado -sino es que nulificado- cualquier acuerdo con la oposición en la capital del país.
Pero sigue en la lista a la espera casi casi de un milagro.
Por ahí se apunta la alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, sin mayores méritos que su lealtad al Presidente.
Brugada administra -decir que gobierna es una exageración-, la alcaldía más poblada y violenta de la capital del país.
Iztapalapa no ha podido quitarse ese estigma y no se ve por ahí alguien que realmente pueda por lo menos acotar el problema de la inseguridad.
Sin embargo, el funcionario capitalino que más destaca en las encuestas es Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Pública de la capital, pero al que López Obrador tiene vetado.
Nieto del general Marcelino García Barragán, quien fue secretario de la Defensa Nacional de 1964 a 1970 y quién se responsabilizó en parte de la matanza de octubre de 1968 en Tlatelolco, e hijo de Javier García Paniagua, quien, entre otros cargos, fue titular de la temida Dirección Federal de Seguridad (la policía política del Estado mexicano), de 1976 a 1978, García Harfuch carga con el peso de los odios y sospechas presidenciales.
Ya se conoce que el tema de la matanza del 68 y el periodo de la llamada “guerra sucia’’, en los años 70, son pilares de la ideología lopezobradorista.
No perdona a quienes, con culpa o no, según su propia interpretación de la historia, participaron en ese periodo caracterizado por la represión de cualquier movimiento contrario al Gobierno (que era lo mismo que decir contrario al PRI).
García Paniagua, incluso, ocupó en dos periodos, con Carlos Salinas como presidente, la entonces Secretaría de Protección y Vialidad del extinto Distrito Federal, cargo que hoy desempeña su hijo.
Otro de los contras de García Harfuch es que él era el delegado de la PGR en Guerrero, cuando ocurrió la desaparición de los 43 normalistas en Ayotzinapa.
Fue subordinado de Genaro García Luna, de los pocos que se han salvado de la hoguera matinal.
Sin embargo, la imagen del secretario de Seguridad de la CDMX es de las mejor calificadas, no solo por morenistas sino incluso por los propios jefes de la oposición.
Las encuestas lo siguen incluyendo entre los aspirantes y en los sondeos serios -los que no llevan patrocinio-, García Harfuch encabeza la lista de precandidatos de Morena.
Su labor tiene el reconocimiento ciudadano, pero no el presidencial.
Cuando la jefa de Gobierno acude a eventos con el Presidente, jamás invita a García Harfuch.
Sus posibilidades de ganar la candidatura dependerán del crecimiento de las otras corcholatas capitalinas… y quién sea el candidato/a de la oposición.
LEG