Ferran Adrià vuelve a abrir el Bulli, restaurante considerado como el mejor hasta 2011, pero como museo para explicar cómo este local de una recóndita cala catalana acabó a la cabeza de una revolución.
Casi 12 años después de aquel último servicio, al nuevo elBulli1846, que añade la cifra por el número de elaboraciones que concibieron aquí, se viene a otra cosa.
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“No se trata de venir a comer, se trata de venir a comprender qué pasó en el Bulli”, explica Ferran Adrià, de 61 años.
El interior del restaurante, donde el tiempo parece haberse detenido, es uno de los puntos fuertes de este museo que abrirá finalmente el 15 de junio. Atrás quedan años de trabajo para sacar adelante un proyecto en el que la fundación creada para mantener el legado de el Bulli, y sus colaboradores, invirtieron 11 millones de euros y que se topó con la oposición de grupos ecologistas a sus planes de ampliación iniciales.
Al visitante se le propone ahora un recorrido por las instalaciones donde encontrará miles de fotos, diagramas, cuadernos de notas, premios e incluso réplicas de algunos de los platos que hicieron de este restaurante un icono.
“Lo que hicimos aquí fue buscar los límites que había en una experiencia gastronómica. Cuál es el límite físico, mental y, si me apuras, espiritual que tiene el ser humano. Y esta búsqueda abría caminos para que otros entraran”, indica Adrià.
Él todavía recuerda aquel día de 1983 en el que recorrió por primera vez el sinuoso camino, por entonces sin asfaltar, que une Roses, en el extremo noreste de España, con el edificio blanco del restaurante. Propuesto por un compañero del servicio militar, Adrià venía en principio para unas prácticas de un mes.
“Lo más importante que me pasó en elBulli fue que por primera vez vi la pasión por la cocina. En la mesa, cuando comíamos no se hablaba de futbol, de fines de semana, se hablaba de cocina”.
Adrià no tardó en regresar y en 1987 ya era el único jefe de cocina de este local por entonces con una estrella Michelin. A comienzos de los 90 se convirtió en propietario junto a su socio Juli Soler, fallecido en 2015, y en 1997 llegó la ansiada tercera estrella.
Por sus cocinas pasaron cientos de profesionales, que integraron los sucesivos equipos de 70 personas que atendían a la cincuentena de afortunados por servicio que habían conseguido una reserva en este restaurante que abría seis meses al año.
LEG