El Museo de la Moda de París inaugura a partir de este viernes una serie de exposiciones sobre moda y deporte que se prolongarán más allá de los Juegos Olímpicos de 2024.
Vestirse para hacer deporte “empezó siendo una actividad de las clases altas y ha acabado siendo una moda popular que ahora mantienen las casas de lujo”, explica Marie-Laure Gutton, comisaria de la exposición “La moda en movimiento”.
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Con más de 200 piezas, esta vasta retrospectiva se exhibe hasta el 7 de septiembre en el Palacio Galliera de París, sede del museo.
Cubre desde el siglo XVIII, cuando el deporte empieza a ser practicado como un pasatiempo por la nobleza británica, hasta el siglo XXI, cuando la ropa deportiva ha invadido las pasarelas de moda en todo el mundo.
A esta primera exposición, que se cerrará en marzo de 2024, le seguirá una sobre moda y baño, coincidiendo con los Juegos Olímpicos del verano (boreal) de París y luego otra sobre moda y deportes de invierno, hasta septiembre de 2025.
Un pantalón que provoca murmullos
La historia de la moda deportiva es la de la masculinización del vestuario femenino, con la generalización del pantalón para practicar la equitación y luego para ir en bicicleta.
Destaca en la exposición un conjunto de ciclista (chaqueta beige y pantalón bombacho blanco) creado por una marca francesa para la mujer en 1900.
“Es un pantalón que va a provocar murmullos” en la sociedad parisina, explica la experta del museo. Para luego ser imitado rápidamente por otras casas de moda.
Los cambios sociales se aceleraron en los años 1920 con la generalización del deporte al aire libre.
El ciclista francés René Pottier gana el Tour en 1906 con un jersei de lana, una materia que será inicialmente utilizada para los primeros trajes de baño ceñidos para las mujeres, antes de que aparezcan los tejidos sintéticos, como el nailon.
Atrás quedan los vestidos anchos, de paño grueso y basto, para ocultar las formas femeninas a finales del siglo XIX, cuando se generalizan los baños de mar.
El algodón se utiliza en cambio masivamente en los inicios del tenis. El color blanco es sinónimo de riqueza, precisamente “porque hay que limpiarlo asiduamente”, explica Marie-Laure Gutton.
El esquí, que requiere varias capas de ropa, es una fuente de inspiración y de juego para los modistos.
Quedarse vestido con la ropa deportiva después de la práctica de la actividad física deja de ser mal visto.
Las cazadoras de cuero, utilizadas para el motociclismo, se convierten en una prenda cada vez más generalizada, tras la II Guerra Mundial.
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Como en muchos otros aspectos de la sociedad occidental, los años 1960 representan una ruptura total.
El cuerpo no solamente practica deporte, sino que se exhibe. El bikini se aprovecha de las materias sintéticas y elásticas para estilizarse y pegarse al cuerpo.
El “sportwear” verá su apogeo en los años 1990. Casas históricas como Chanel, en una encrucijada ante el declive de la alta costura, verán en la ropa deportiva una oportunidad de salir adelante.
Balenciaga resucita materialmente como gran marca con su zapatilla deportiva de 2004, un icono exhibido en la exposición.
En el siglo XXI, “la moda y el deporte se convierten en una gran burbuja en la que todo se mezcla”, explica Marie-Laure Gutton.
EAM