Los conflictos a gran escala tienen un impacto devastador en la vida de millones de personas. Sin embargo, afirmaba Isaac Asimov, “no sólo los vivos son asesinados en la guerra”. Su alcance se extiende tanto a propios como a extraños.
En ese entendido, quisiera traer a colación un suceso que ha causado gran conmoción en el mundo: el anuncio de la terminación del acuerdo sobre cereales del mar Negro.
Este pacto, que permitía la exportación de granos desde Ucrania, ha sido un pilar clave para garantizar el suministro de alimentos básicos a millones de personas en todo el mundo. No obstante, la retirada de Rusia del acuerdo ha generado preocupación a nivel mundial, pues amenaza con elevar los precios de los alimentos y desencadenar una crisis de hambruna en diversos países.
El impacto de esta decisión se ha hecho evidente en los mercados mundiales, donde los precios del trigo y el maíz se han incrementado tras el anuncio de la retirada rusa. Concretamente, los futuros del trigo han subido 2.7% y los del maíz 0.94%. Y si bien los costos actuales son inferiores a los máximos históricos, estos aumentos reflejan el temor de los operadores ante una inminente escasez.
Cabe señalar que el contexto de esta situación se remonta al inicio de la invasión rusa, cuya ocupación trajo consigo la pérdida de acceso por parte de Ucrania a los puertos del mar Negro y del mar de Azov, lo que obstaculizó su capacidad para exportar productos agrícolas por vía marítima y, que llevó a un aumento significativo en los precios de los alimentos a nivel global, afectando especialmente a los países más pobres.
En ese marco, el acuerdo sobre cereales del mar Negro surgió como una solución para paliar los efectos de esta crisis. Sin embargo, las tensiones entre Rusia y Ucrania, así como las exigencias y reclamos de cada una de las partes, han dificultado su continuidad.
No obstante, la repercusión del colapso del pacto trasciende las fronteras de la región, siendo el panorama especialmente preocupante en África Oriental, donde más de 80% del grano exportado proviene de Rusia y Ucrania. Por lo que, con más de 50 millones de personas en la región sufriendo de hambruna, la ruptura del acuerdo agrava aún más la situación convirtiéndola en una crisis tanto más de disponibilidad como de asequibilidad de alimentos.
El colapso del acuerdo nos enfrenta a un desafío crítico, pero también es una oportunidad para reflexionar sobre la necesidad de construir un sistema alimentario más justo y sostenible, que busque alternativas de abastecimiento e impulse el desarrollo de capacidades agrícolas locales para fortalecer la resiliencia de las comunidades más afectadas por la inseguridad alimentaria; ya que si bien la globalización no es un fenómeno que podamos revertir fácilmente, tampoco deberíamos aspirar a ello.
¿O será otra de las cosas que no hacemos?
Consultor y profesor universitario
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