Al cine mexicano le persigue el fantasma arrebatado de la comercialización y acaparamiento de las producciones gigantescas, tanto nacionales como internacionales. Hecho que opaca la visualización, distribución y consumo de cintas que ofrecen un panorama distinto y que, por consecuencia de todo lo anterior, no alcanzan a mirarse sino en plataformas de streaming que abren sus ventanas a la proyección de estas producciones más aventuradas, frescas y trabajadas.
Tal es el caso de El extraño caso del fantasma claustrofóbico (2022), de Alejandro Sugich (Ciudad Obregón, 1977), basada en el libro homónimo de Hortensia Moreno, que tras formar parte de la Selección Oficial Largometraje México del 26° Festival Internacional de Cine de Guanajuato el pasado 2022, tuvo una ausencia desconcertante hasta aterrizar en Amazon Prime Video, a la que llegó apenas el pasado 25 de agosto del presente año.
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La curiosa historia de la historia
El joven Nikolaj (Lukas Urquijo) se percata una noche que hay algo dentro del closet del cuarto que comparte con su hermano Emil (Fausto Espejel). Será con la ayuda curiosa y el poder del anhelo del trío completado por Jimena (Ana Emilia) que intenten descubrir por qué el fantasma está ahí, qué tipo de fantasma es –porque no creamos que sólo hay un tipo– y qué es lo que no le deja ser por completo ese ser ausente. En su viaje por conocerlo todo —con el terremoto de 1985 como un poco más que telón de fondo— van construyendo un lugar que, aunque agrietado, se presume luminoso, pues la memoria, el miedo, el duelo, lo sobrenatural, el amor y la amistad recobran su puesto en cada rincón para que, en el afán de ser alguien para el otro, ellos mismos logren hallarse dentro de sus propias vidas.
Será a través de esta historia que Alejandro Sugich nos sumerja en territorios oníricos, donde la curiosidad logra vencer al miedo a través de la visión natural de la adolescencia que busca asirse a las certezas entre un mar de dudas, aunque se sepa, muy en el fondo aunque fervientemente, que son naturales los cuestionamientos, que esas dudas preceden a una emoción más grande y que nos hace más humanos.
Descubrir, según observamos con el paso de la historia (donde también vemos a una gran Danae Reynaud encarnando a Marcela), que el miedo, en cierto modo, dignifica. Que este temor es parte de crecer, y es esto de algún modo inevitable. Que huir no servirá de mucho, porque siempre habrá que volver, pero que sí vale tomarse un tiempo, para luego permitirse confiar, establecer vínculos, entregarse de a poco a los sentimientos y a esa pulsión (o punzada, según sea el caso) del momento.
Acaso un ejemplo bien ejecutado de la realidad haciéndose una junto con la ficción. Una constante forma de pedirnos rescatar la memoria, invitando a no olvidar. También, por otro lado, dar un origen, un lugar, una duda a los fantasmas, incluso preguntarnos si nosotros debemos temerles a ellos o ellos a nosotros. Si es sólo una forma de hallarnos, de no estar solos. Sentirnos, claro, vulnerables. Entender que esos espíritus o almas no brotan siempre de un suceso extraordinario, que es lo más cotidiano (y quizá desafortunado) lo que les da vida — si es que fuera posible dar vida a un ente sobrenatural.
Solo entonces, una vez concluida la cinta y mirando los créditos, caeremos en cuenta de la poderosa metáfora sobre la pérdida, la desaparición, el miedo a recordar y olvidar. Incluso, lo que significa reivindicar. Todo, así, en conjunto, es un universo sin precedentes que nos grita que ser fantasma no siempre es lo que parece. Que sí: que se es fantasma sólo a consecuencia de la muerte, que para ser fantasma basta con no recordar lo que es existir, pues no recordar es entregarse al olvido.