España le queda demasiado grande. Es demasiado país para tan corta cintura. Hay demasiada gente buena. España es demasiada tierra y demasiado mar. Es un país noble de buena gente dónde tienen cabida todos, hasta los traidores. Sí, los traidores, esos que, con tal de quedarse en la silla del poder son capaces de vender sus almas al diablo.

En España cabemos todos. Uno no se siente extraño en ese gran país.

Pero ¿cómo podíamos sospechar que un pequeño político, un personaje de medio pelo como Pedro Sánchez pudiera vender a España? Es sencillamente inconcebible. Y lo más inconcebible es que el país ahora esté en manos de Carles Puigdemont.

Les refresco la memoria. Hace seis años, el personaje en cuestión, el inefable Carles Puigdemont quiso poner al Estado contra las cuerdas. Ideó, junto con sus adláteres, un plan para realizar una consulta ilegal para independizarse de España. Aquel referéndum era unilateral y completamente ilegal porque incumplía la Constitución. Aún así realizó aquel acto e incurrió en varios delitos, entre otros sublevación y rebelión que, en España se castigan con treinta años de cárcel.

El personaje en cuestión salió huyendo para refugiarse en Bruselas, porque allí Puigdemont era un ciudadano libre. Bueno pues aquel personaje que quiso romper España es ahora quien tiene la llave de la gobernabilidad.

Pedro Sánchez ha negociado con él y con los independentistas catalanes para que le presten sus diputados y así poder gobernar. Eso sí. Nada es gratis. Están las prestaciones económicas y especialmente políticas. Puigdemont y los separatistas saben que, a mediano plazo buscarán otro referéndum e intentarán que sea vinculante. Con tal de quedarse perder Sánchez en el poder, este político de medio pelo lo aceptará.

Se equivoca Sánchez. En política no vale todo. No puede arrinconar al Estado. Todo lo hace para seguir en el poder.

Ya está bien. Es momento de echar a los felones, a los traidores, a los arrogantes desde su ignorancia. Es momento de concluir que España es mucho más grande que personajes de la talla de Puigdemont o de Sánchez. Aquí si aplican los versos del genial José de Espronceda de mediados del siglo XIX, cuando escribió:

Oigo, patria, tu aflicción, y no entiendo por qué callas, viendo a traidores canallas despedazar la nación…»

 

  @pelaez_alberto