El miedo es ese pequeño cuarto oscuro donde los negativos son revelados
Michael Pritchard
Seguridad es la búsqueda prioritaria del ser humano. La alcanzamos y la perdemos constantemente bajo la dinámica mental de creernos en control de nuestras circunstancias o de sentir que todo se ha descontrolado, aunque no sea así, en ninguno de los dos casos.
Por eso, nuestra psique, en defensa de su equilibrio, nos induce a normalizar lo anormal, cuando creemos que estamos obligados a modificar las circunstancias que nos arrebatan la seguridad y no podemos.
Pero la normalización de malas condiciones proviene, ante todo, de un sentimiento de impotencia que deriva en resignación, porque no sabemos calmarnos, para lidiar con la adversidad, el peligro, el riesgo, el acoso o la incertidumbre.
No sobra decir que quienes optan por normalizar los males son aquellos que viven quejándose, reprochando y culpando. Los insatisfechos crónicos, que finalmente se amargan y se convierten en un dolor de cabeza para los demás.
Son los vampiros energéticos. Consumen su propia energía a la primera queja del día y, como necesitan más, buscan a quien drenar, generalmente gente desprevenida que los escucha en un acto de cortesía, o a sus acostumbrados cómplices. Así funciona el vampirismo energético: una vez ocurrida automáticamente la primera reacción emocional a través de las neuronas espejo, las víctimas quedan completamente a merced del robo de su vitalidad.
Todos conocemos a una de esas personas que, tras una discusión o incluso solo una conversación, nos dejan exhaustos. Esto es porque estamos abiertos a establecer con ellos un vínculo psíquico que nos expone a su acto vampírico. Y, muy importante, a cualquiera que le demos el poder de hacernos sentir bien, se los damos para hacernos sentir mal. La vía es una, de ida y vuelta.
Así pues, antes de normalizar lo anormal, debemos emprender un proceso que nos lleve al polo opuesto de la resignación: la acción interna, que se desarrolla en varias etapas: la primera es la observación; nos damos cuenta de cómo nos sentimos y de qué estamos pensando e imaginando. En la mayoría de los casos esto nos revelará la irracionalidad con que nos conducimos mentalmente.
Lo siguiente es la aceptación llana de eso que observamos. No nos resistimos. Luego enfocamos lo que nos está causando la alternación psíquica y también lo aceptamos. En tercer lugar, viene el reconocimiento de viejas heridas, en caso de estar involucradas, después el cambio de interpretación de lo acontecido y de narrativa interna.
Son estas transformaciones interiores las que nos permiten desarrollar la habilidad de sentirnos seguros, de nosotros mismos antes que nada, porque de esa seguridad nace la autoconfianza, que es la certeza de que estaremos siempre preparados para afrontar lo que venga y resolver lo que haya que resolver.
Ahora veamos, cuando nos sentimos así, y todos alguna vez, aunque sea por un fugaz momento, lo hemos hecho, ¿qué es lo que hay dentro de nosotros?, o mejor dicho, ¿qué NO hay? Efectivamente, miedo, cuya ausencia nos fortalece, nos empodera, nos equilibra y, claro, nos hace sentir absolutamente seguros de que todo estará bien y de que lo mejor siempre está por venir.
La seguridad es, pues, la ausencia de miedo ante lo que nuestra psique percibe como adversidad, riesgo, peligro, acoso, incertidumbre e incluso nuestras propias limitaciones para enfrentar la vida. Para meter en cintura al miedo, nada mejor que vivir un día a la vez. A veces una hora, un momento, un segundo, lo que haga falta.
El dominio sobre el miedo no se logra rechazándolo, resistiéndose a él o, en el otro extremo, haciendo lo que nos dicta para que se calle, se vaya. Se hace quitándole el juguete, o sea, imponiendo racionalidad sobre los pensamientos catastrofistas, uno por uno, a cada instante que se presenten, para dejar de percibirlo todo como una amenaza. Así es como sacamos cosas buenas de las malas.
@F_DeLasFuentes
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