Aún no se terminaba de digerir el triunfo de la extrema derecha en Argentina con Javier Milei, cuando se dio a conocer la victoria del líder del Partido de la Libertad (PVV), Geert Wilders, como primer ministro de Países Bajos. Este hecho marca un precedente político y también refleja un panorama preocupante ante el creciente discurso ultraderechista en el Viejo Continente.
Las posturas islamófobas y euroescépticas de Wilders —quien es políticamente cercano al primer ministro nacionalista húngaro, Viktor Orbán, y a la líder del partido francés de extrema derecha Agrupación Nacional, Marine Le Pen— encontraron eco en una sociedad neerlandesa marcada por la incertidumbre económica y el descontento generalizado.
Esta inédita y aplastante victoria (la extrema derecha no ganaba en Países Bajos desde 1945) no sólo es un aviso para Europa, sino que también constituye un riesgo para la Unión Europea, pues las posturas de Wilders podrían erosionar la cohesión del bloque, poniendo en peligro su estabilidad en el corto y mediano plazo, ya que parte de su discurso ha girado en torno al impulso del referéndum neerlandés de permanencia, también llamado Nexit.
Asimismo, el impacto en las políticas migratorias a partir de ahora será otro aspecto a tomar en cuenta, pues la retórica islamófoba del líder del PVV se podría traducir en políticas más restrictivas, lo cual despierta varias inquietudes acerca del respeto a los derechos humanos y a la diversidad cultural en Europa.
Ya hemos visto que este fenómeno no se limita al continente europeo: de este lado del Atlántico, el respaldo a figuras como Javier Milei refleja un malestar similar hacia la clase política tradicional, y la búsqueda desesperada de alternativas por parte de la ciudadanía. Tales tendencias evidencian la necesidad de abordar las preocupaciones sociales y económicas de manera más efectiva.
Ante tal panorama, los movimientos de izquierda enfrentarán un desafío ideológico, pero también el de construir propuestas sólidas que ofrezcan respuestas contundentes a las inquietudes sociales y económicas, contrarrestando con ello el discurso de la ultraderecha. La solidaridad internacional entre partidos y movimientos progresistas será, asimismo, crucial para fortalecer políticas inclusivas y equitativas.
Por otra parte, el fortalecimiento de la educación cívica y el diálogo serán esenciales para generar contrapesos. La defensa de los derechos humanos, la diversidad y la inclusión deben figurar como prioridades para equilibrar la retórica excluyente que caracteriza a la ultraderecha en el mundo.
Argentina y Países Bajos dejan importantes lecciones. Desde hoy se debe trabajar en la construcción de alternativas políticas sólidas y progresistas, así como en la formulación y promoción de propuestas políticas que atiendan y representen las preocupaciones reales de la sociedad, ofreciendo una visión esperanzadora y constructiva que contrarreste el atractivo extremista de la ultraderecha.
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