Con su andar cotidiano por las calles, portando mochilas donde llevan el único patrimonio que traen de sus países de origen, algunos con sus banderas, otros con cartones donde escribieron mensajes de ayuda, con el rostro tostado por el sol, son las imágenes con las cuales miles de migrantes, desde hace cinco años, han transformado a la Ciudad de México.
Algunos llaman la atención de los habitantes de la capital del país por los idiomas que hablan, otros por su tono de piel, muchos por su vestimenta que denotan el desgaste de miles de kilómetros recorridos en busca de alcanzar el “sueño americano”.
Es común verlos en zonas como la Central Camionera Norte, Buenavista, Calzada de Tlalpan, el centro de Iztapalapa, en laterales de Viaducto Piedad, Circuito Interior, Vallejo o en las colonias Juárez, La Conchita y Guerrero, por donde deambulan las personas provenientes de otros países como Haití, Venezuela, El Salvador, Cuba, Honduras, entre otros.
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Desde 2019, cuando inició el flujo de miles de migrantes rumbo a Estados Unidos y muchos de ellos quedaron varados en la Ciudad de México la cual se ha convertido en gran albergue, la vida cambió para ellos y los capitalinos porque ya es normal verlos en trabajos informales, de compras en los mercados o solicitando una moneda.
La crisis migratoria alcanzó a los habitantes de la Ciudad de México. Primero vieron esto como un fenómeno pasajero sin freno, hoy han desplazado a los capitalinos de viviendas en algunas colonias y pueblos.
Un cálculo exacto de los migrantes en la capital del país no existe, sin embargo, los albergues tanto gubernamentales como de las organizaciones sociales quedaron rebasados y son insuficientes para mitigar las necesidades.
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Existen alcaldía como Iztapalapa, Tláhuac y Gustavo A. Madero donde los habitantes se han inconformado por su presencia porque al no encontrar un lugar donde pernoctar, tomar sus alimentos, hacer uso del baño y recargar sus teléfonos celulares, se vieron en la necesidad de tomar las calles y hacerlas su hogar.
Con casas de campaña, cartones, plásticos, colchones y cobijas estos extranjeros se resguardan de la lluvia, el sol y la noche, mientras esperan una respuesta de la Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados (Comar) para regularizar su situación legal ya sea para quedarse en el país o continuar su libre tránsito al norte.
El tiempo pasa, ellos viven y conviven con los habitantes de la Ciudad de México. Es común verlos en las avenidas pidiendo monedas, ofreciendo servicios de trabajo, atendiendo algunos estanquillos, en los autolavados o cocinando en los puestos ambulantes.
También, muchos han hecho de las vías públicas el lugar donde realizan actividades como cortarse el pelo, lavar su ropa en las fuentes, recostarse en los parques, hacer artesanías, hacer juegos recreativos o cocinar.
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Sin embargo, para muchos es de llamar la atención como permanecen a las afueras de hoteles, plazas comerciales y camellones en donde se reúnen por grupos en espera de una alternativa para permanecer de una mejor manera en esta ciudad o continuar su camino.
Hace unos días Habitantes de la colonia San Pablo en Iztapalapa denunciaron la precaria situación en la cual sobreviven un gran número de migrantes, en su mayoría provenientes de Honduras, quienes enfrentan condiciones insalubres e inseguridad, porque la ayuda humanitaria en la Casa del Migrante Arcángel Rafael, ubicada en esa zona, quedó rebasada.
Esta situación debe alertar a las autoridades; apenas esta semana, la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, Nashieli Ramírez, informó que ha aumentado hasta en un 100 por ciento el número de migrantes en la capital y esperan que esto continúe.
Detalló que de enero a octubre de 2023, 28 mil 608 personas migrantes han solicitado refugio en la Ciudad, en comparación con los 13 mil 178 que lo hicieron durante todo el año pasado. Por ello, los migrantes ya transformaron la Ciudad de México.
Haitianos crean comunidad en Tláhuac
Vecinos del pueblo de Santiago Zapotitlán, en la alcaldía Tláhuac, viven sorprendidos por el gran asentamiento de una comunidad de migrantes de origen haitianos quienes han hecho de las colonias La Conchita y La Conchita B una comunidad antillana.
David, oriundo de ese pueblo, explicó que el principal problema en esa zona es la demanda de las personas originarias de Haití que buscan espacios dónde vivir, por los cuales deben pagar hasta 100 dólares mensuales, en lo que solucionen su situación migratoria para continuar su viaje.
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Por tal situación, en esas dos colonias existe un desplazamiento de residentes mexicanos a quienes los caseros le han pedido desalojar los espacios, por los cuales deben pagar mil 200 pesos, para darle el lugar a los migrantes quienes han llegado en grupos, comentó.
“Los que rentan las viviendas, como no dan contratos, no dan nada, están sacando a la gente que tenían ahí viviendo para meter a gente haitiana; les están cobrando de renta 100 dólares al mes, les conviene más meter en una habitación a cuatro personas que son 400 dólares que tener a una persona por mil 300 o mil 500 pesos”, explicó David.
En un recorrido realizado por 24 HORAS por esa zona se pudo percatar las precariedades que hay como son las vialidades, servicios de agua o recolección de basura, falta de luminarias y poca seguridad.
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Al preguntarle sobre la renta en una casa de alquiler, la propietaria refirió: “Pues sí, yo rento, pero tampoco tengo, ya con toda esta gente acapararon todo, todos los de Haití que hay (…) toda la colonia está invadida”.
Los residentes de la zona indican que son tranquilos y no entablan amistades más que con sus connacionales; sin embargo, indicó la dependienta de una papelería, hay cierta inconformidad por su presencia debido a que ellos están acostumbrados a otros tipos de clima y tienen costumbres distintas.
“Ahorita le están pegando mucho las enfermedades a ellos de las vías respiratorias”, explicó la dueña de la papelería; y agregó que también ha tenido implicaciones en cuanto a espacios laborales, pues, consideró, los empleadores les pagan menos dinero a ellos, por lo que prescinden de la mano de obra local.