Para MTV, APZ y AGP

Querido lector, hoy no voy a escribir ni de política ni de políticos, no voy a hablar de todos los acontecimientos cotidianos que nos tienen tan distraídos. Hoy quiero compartirte algo que creo es mucho más importante.

En estos tiempos tan confusos y aciagos a veces nos olvidamos de las cosas verdaderamente importantes y entre ellas está el amor por las personas que han moldeado nuestra vida. Que la han hecho posible.

El sábado pasado se cumplieron siete años del fallecimiento de mi padre, don Pancho y hoy, lunes 18, son ya tres años que mi hijo Pancho vive maravillado de la eternidad y del amor de Dios.

A los dos los extraño inmensamente, cada uno a su manera y desde sus posibilidades me enseñaron muchas de las cosas que han forjado mi vida. Uno desde la sabiduría y el ejemplo, el otro desde la santidad y el silencio. Hoy sé que debí haber aprendido mucho más de los dos. Aún es tiempo.

Mi papá era una de esas personas que lo que pensaba, decía y hacía era la misma cosa. Congruente. Tenía una forma curiosa de demostrarte cariño, más bien tosco -que no hosco- y por tanto si te daba un buen achuchón podías considerarte bastante afortunado.

Recuerdo su voz grave y bien impostada, siempre con una palabra amable y una mirada dulce. Enemigo del conflicto me repetía una y otra vez: Pancho, en la forma de pedir está el dar. Tardé años en comprenderlo.

Impresor impresionante, lo recuerdo delante una máquina Heidelberg, embelesado y atento, estar con él para dar visto bueno a algún trabajo era una lección magistral de artes gráficas. Su trato con el personal era exquisito, nunca una mala forma, podía ser firme como una roca, pero nunca le vi faltarle el respeto a nadie.

Su más grande acierto fue casarse con mi mamá, juntos hicieron realidad un proyecto de vida maravilloso y sus cinco hijos, nietos y bisnietos construimos cada día nuestro mito personal hacia él. Lo merece absolutamente.

Mi amigo, el padre Carlos, definía a Pancho mi hijo como “una maravilla cósmica”, y en muchos sentidos así fue: silencioso, luminoso y pacífico. Verse en su mirada era como perderse en la mirada del Padre.

Nunca pudo pronunciar una palabra, no caminaba y literalmente no podía hacer nada por sí mismo, sólo era capaz de amar y desplegar una sonrisa que te llenaba el alma.

Extraño nuestra despedida nocturna cantando Juan Pestañas. Algunas noches lo canto, pienso en él y sonrío agradecido con Dios.

La relación de Panchito con su mamá estaba en otra dimensión; se miraban con un amor infinito, con una complicidad feliz y única. Ella lo cuidó con inmensa alegría durante casi 24 años, era un espectáculo espiritual verlos juntos. Poesía pura.

Pero, además, Paquirri tenía una enorme cualidad: era inmensamente feliz y te lo transmitía de una forma tal que no podías hacer otra cosa que amarlo de inmediato.

A veces pienso que a todos nos hace falta tener niños “diferentes” que nos hagan simplemente felices. ¿Qué sería de la vida sin estos embajadores de Dios?

Anita, ¿cómo agradecerte esa mañana de diciembre cuando hiciste de “ese” momento algo posible y único? Creaste la conexión perfecta con él.

En este momento, al escribir estas palabras escucho agradecido el III movimiento de la novena Sinfonía de Beethoven que mi padre me pidió escuchar durante su tránsito a la verdadera vida, y no puedo más que imaginármelos juntos y felices. Espero ansioso el día de darles un abrazo, un beso y unirme por siempre al grupo de mis Panchos.

 

@Pancho_Graue

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