Cada nuevo comienzo viene del final de algún otro comienzo
Séneca
Hay tres tipos de comienzos en la vida de los seres humanos y en cada uno de ellos podemos fracasar estrepitosamente: el forzoso, el gozoso y el conveniente. En el primer caso, comenzamos nuevos ciclos porque no nos queda de otra, la vida nos empujó hacia el cambio y la incertidumbre nos devora o sabemos lo que viene y no nos gusta; en el segundo, damos inicio a proyectos cuyas etapas nos entusiasman tanto como el resultado que pretendemos alcanzar y, en el tercero, nos hacemos nuevos propósitos que implican empezar actividades que ya en ese momento nos están pesando, pero que consideramos necesarias para mejorar nuestras vidas.
De éstos últimos comienzos se trata el año nuevo, según el paradigma del mundo occidental. La mayoría quiere cambios benéficos y sabe, por supuesto, que no se realizan con buenos deseos, aunque la fecha esté llena de ellos. Hay que actuar, disciplinarse, crear hábitos; en otros casos, esperar, aprender a entrar en calma, tener paciencia y confiar.
La mayoría de esa mayoría, sin embargo, nunca logra sus metas, porque no puede lidiar con los requisitos para alcanzarlas. En el mejor de los casos, el impulso les dura solo unas semanas o meses. A veces, ven cumplidos sus deseos tras algunos esfuerzos, pero no pueden mantener el resultado.
Estas cuestiones de adelgazar, dejar de beber, ejercitarse más, ahorrar o romper una mala relación, siempre son difíciles de cumplir. Si nos gustara lo que hay que hacer para concretarlas hace mucho lo habríamos hecho. Establecer propósitos de año nuevo consiste no pocas veces en prometernos hacer lo que nos pesa, en cuyo caso se convierte en una actividad que crea en sí misma resistencia a lo que nos proponemos. En lugar de sembrar una poderosa voluntad, estamos cultivando la simiente del fracaso.
Mientras más fracasamos en nuestros propósitos de cambio, más resistencia creamos a los comienzos convenientes, hasta que cesamos por completo el intento. La impotencia que nos genera esta situación nos impide emprender cualquier tipo de actividad gozosa que nos lleve a una meta deseada, porque el miedo al fracaso nos dice que en ese caso habrá más dolor todavía, directamente proporcional a la intensidad de nuestros deseos.
Hay un montón de recomendaciones para aligerar los nuevos comienzos, especialmente en esta época. Y las hay justo porque lo común es que no lleven el impulso necesario y mueran pronto. Yo siempre soy partidario de los consejos de cambio de actitud, pues los de carácter más práctico son fáciles de implementar si ya se hicieron aquellos otros. El primero de esos que doy es: deje de exigirse a sí mismo un nuevo comienzo conveniente para el cual no está preparado. Forzarse solo creará más resistencia.
Lo primero que tiene que hacer es querer, después crear la convicción, para armarse con la voluntad, y lo demás viene solo. Si todavía no puede es que todavía no quiere, y viceversa. Incluso las peores situaciones de nuestras vidas tienen una utilidad para nosotros, por eso no las trascendemos. Aunque sean dolorosas, nos permiten conseguir algo que creemos indispensable para vivir: consuelo, afecto, escape, compensación, etc. Pregúntese, si es su caso, para qué le sirve el sobrepeso, la adicción, la mala relación, la procrastinación, el autoabandono, entre otras comunes actitudes de quien tiene dificultad para los nuevos comienzos.
Tendrá trabajo emocional que hacer para liberarse de sus lastres emocionales, verá que la necesidad de cambio irá creciendo y el comienzo de un nuevo ciclo será deseable, por tanto, lo que haya que hacer será menos pesado e incluso podrá convertirse en algo placentero. Entonces lo logrado será completamente satisfactorio y permanente.
Otro poderoso consejo: equivóquese sin miedo. Quién lo condene por su error, sin verse afectado directamente, necesita un límite de su parte. No se autoexija perfección. Hacerlo es síntoma de inseguridad y una pobre autoimagen.
@F_DeLasFuentes
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