La impresión de una mirada tierna y sensible, que visibiliza sentimientos universales cada vez menos ahondados –el amor, la amistad, la esperanza– dentro de un hecho abrumador y doloroso, que pone al límite no sólo las emociones humanas más transparentes sino también un abanico de necesidades físicas es, cuando menos, una pequeña alegría, sobre todo porque prescinde de la apatía ordinaria y el pesimismo que abarrota los rincones.
Parece serlo, sobre todo, porque el hecho representado pudo haber sido abordado de una manera frívola, desde un filtro gris, insensible y miserable. El acontecimiento se presta a esa posibilidad.
Sin embargo, el cineasta Juan Antonio Bayona (Barcelona, España, 1975) ha hecho de La sociedad de la nieve (2023) —relato que sigue el accidente del vuelo 571 de la Fuera Aérea Uruguaya en la cordillera de los Andes en 1972, a su vez basado en el libro homónimo de Pablo Vierci (Montevideo, Uruguay, 1950) publicado en 2009— un retrato humano sobre las ganas que existen de continuar, pese a todo, con la vida.
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Pasado el momento de obsesión con datos de la cinta y de todo lo que tuviera que ver con el accidente, ya distanciado para poder escribir con más claridad, me encontré con algo que publicó una usuaria en eso que antes fuera Twitter. Decía: “Lo que realmente está impactando a mi generación sobre La sociedad de la nieve es que esos chicos tuvieran tantas ganas de vivir”.
Pese a tratarse sólo de un comentario que no aspira a ser sentencia irrefutable, sí invita a mirar las distancias, aquello que separa aquel mundo de este que está girando ahora mismo allá afuera. Y deviene entonces un ejercicio de reflexión que, sin comparaciones, incita a observar aquello que falta en la vida diaria, y que la cinta recupera con brillo propio: visos de amor, amistad, comunidad, desacuerdo, desprendimiento, esperanza, resiliencia.
Todo aquello que de pronto se pasa por alto, en que no importa, en los que, asidos al completo desprecio o a la indiferencia, consideramos innecesario. Pero son momentos de esta reconstrucción de los hechos los que colman de virtud lo importante, como la escena donde uno de los protagonistas fallece, deja una nota en la que reza: No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos y sugiere ser la energía que ha de ayudar a quienes aún sobreviven para seguir adelante.
Nadie discute tampoco las creencias de cada cual, o de sus objeciones o preferencias. La libertad a la que orilla la necesidad de sobrevivencia es un punto álgido, complicado de alcanzar en cualquier otro escenario. De esas diferencias proviene lo que probablemente sea una de las escenas más inolvidables de la película, aquel en que Arturo Nogueira (Fernando Contigiani), en algo parecido a un soliloquio, dice, con sumo respeto a Numa Turcatti (Enzo Vogrincic), que su fe no está en su Dios, “porque ese Dios me dice lo que tengo que hacer en mi casa, pero no me dice lo que tengo que hacer en la montaña”. Sólo para luego agregar que cree en el Dios que tienen sus compañeros en el cuerpo, en cada acción que les permite ayudar al otro.
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Encima, la importancia de recordar, de preservar hasta lo más íntimo y aparentemente ínfimo del momento. Aunque esa idea planea a lo largo de todo el largometraje, es cerca del final, cuando saben ya, gracias a la noticia dada en la radio, que vienen por ellos, que Gustavo Zerbino (Tomás Wolf) recolecta esas piezas que dejaron sus compañeros fallecidos para entregarlas luego a sus familiares. ¿Y cómo pueden los muertos estar realmente muertos si siguen viviendo en el alma de aquellos que dejaron detrás?, escribe Carson McCullers en El corazón es un cazador solitario (1940). Y cuánta razón tenía.
Tras todo lo dicho, parecería simplista decir que La sociedad de la nieve es por demás desgarradora, pero lo es. Su mayor acierto, sin embargo, es que, echando mano de toda la conmoción y ese dolor inevitable, J. A. Bayona junto a todo su equipo recordó aquello que se escurre dentro del día a día, lo mucho que importa la compañía en las noches de desolación, que importa recordar, tener presente, resistir. Que acá, guste o no, el amor importa, la amistad importa. Seguir importa.