Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)
Hoy cumpliría años Bob Marley, el gran músico jamaiquino. Vi que parte de su popularidad regresó a causa del próximo estreno de su película biográfica “Bob Marley: la leyenda”. Lo cierto es que, desde que tengo memoria, no se han dejado de escuchar sus grandes éxitos “Could You Be Loved” o “Three little birds”.
El tipo es icónico: su porro, sus sombreritos hippies de tela y las rastas o “dreadlocks”. Bob Marley era fiel al rastafarismo, que no sólo es un estilo musical, sino todo un movimiento religioso. Los rastafaris se refieren a Dios como “Jah”, abreviación de “Jehová”. Por un lado, las rastas son símbolo de un pacto a Dios, en Levítico se lee: “no harán calvicie sobre su cabeza”. Por otro lado, representan una semejanza a las melenas del león de Judah, que aparece en la bandera de Etiopía.
Y claro, la mariguana también tiene su papel religioso. Llamada también ganja, los rastafaris consideran que la mariguana “es la salud de la nación, como el alcohol es la destrucción de la humanidad”. No obstante, los rastafaris no fuman mota como actividad lúdica, lo consideran todo un ritual religioso.
El rastafarismo, fundado por los años 20, era mucho más que rastas y mariguana en sus orígenes. El movimiento impulsaba la emancipación de los negros dentro y fuera de África, apelando a una peculiar interpretación del cristianismo. Cuando Bob Marley murió en 1981, lo enterraron junto con una guitarra eléctrica, unas plantas de mariguana, un balón de futbol y una Biblia: sus pasiones.
Etiopía nunca fue colonizada por los europeos y fue gobernada por una de las monarquías más antiguas del mundo que, decían, llegaba hasta el mismísimo rey Salomón y la reina de Saba. Uno de los títulos del emperador de Etiopía era el de «León de Judá».
En 1954, el último emperador de Etiopía, Haile Selassie, visitó México y se inauguró en su honor la glorieta de Etiopía en el cruce de Xola y Avenida Cuauhtémoc de Ciudad de México. Fue un viaje de agradecimiento, pues México había protestado contra la invasión de Mussolini a Etiopía poco antes de la Segunda Guerra Mundial.
La glorieta desapareció devorada por el asfalto chilango, pero sobrevivió un recuerdo en el símbolo de la estación de metro “Etiopía”, el del león. Y no, no es porque en aquel país haya muchos leones; de hecho, escasean. El símbolo de la estación alude al título del emperador. El movimiento rastafari, que ha inspirado algo del reggae, considera al difunto emperador una reencarnación divina.
Y ahora hasta el nombre peligra, pues hace algún tiempo se le ocurrió añadirle a la estación del metro el título de “Plaza de la trasparencia-Etiopía”. ¿Nos les gustaría regresar al nombre más puro y simple?
(Con información de El gabinete de curiosidades del Dr. Zagal, escrito por Héctor Zagal y Pablo Alarcón).
Sapere aude!
@hzagal