“Somos personas listas para trabajar, buscamos cómo ayudar a nuestras familias”, dice Andrés Molina, un migrante de origen colombiano que por segunda vez intenta llegar a Estados Unidos, quien accedió a visitar la redacción de 24 HORAS para contar su travesía.
Su viaje inició el 22 de noviembre de 2023, pero la acumulación de historias, personas y situaciones parece que abarcan la mitad de su vida, por lo menos eso dice al inicio de la charla.
En su ciudad, Bogotá, se dedicaba a colocar publicidad, “soy publicista”, dice. No salió por problemas de inseguridad o amenazas, incluso dice que Colombia es un buen país para vivir, pero está convencido de que al llegar a Estados Unidos mejorarán sus ingresos y tendrá mejores oportunidades para ayudar a “sus viejos”, sobre todo a su madre, a quien solo mencionarla lo llena de nostalgia y lágrimas.
Andrés tiene cuatro hijos, pero con ninguno lleva una relación cercana, y al igual que otros miembros de su familia, supieron que se iría hacia Estados Unidos cuando llegó a Panamá.
Reconoció que su vida ha sido desordenada, pero sus padres lo apoyan siempre y por ello quiere ayudarlos, para eso es necesario alcanzar el “sueño americano”.
La selva
Investigó y buscó por Internet como sería cruzar a través de los 5 mil kilómetros de la Selva del Darién y le contaron algunas historias, pero nada se compara con vivirlo. Con 30 dólares compró una casa de campaña y su pasaje.
En el lado panameño del Darién lo robaron y vio la muerte de migrantes. Inundaciones y hambre complicaron su travesía.
Fue difícil y ahí conoció a migrantes de varios puntos del mundo que caminan en las peores condiciones.
En Darién también hay familias enteras que se aventuran para buscar una mejor vida. Con una de ellas entabló amistad y vivió uno de los momentos más difíciles, cuando una pequeña integrante cayó y se abrió la cabeza.
Nuevamente llora y recuerda cómo la niña quien a pesar de la sangre y el dolor se portó valiente. Sin atención médica cercana, la ayudaron como pudieron y con lo que tenían a la mano. ¿Qué pasó? No tiene certeza, sólo cuenta que después de perderlos de vista, regresó por ellos y los ayudó a salir del Darién.
No deja de llorar, toma agua pero el recuerdo es más fuerte y las palabras se agolpan, aunque se le escapa una sonrisa cuando cuenta que otros migrantes le llaman “Paisa”, palabras que refiere a los originarios de la región cafetalera de Colombia. “Yo no soy paisa, porque soy de Bogotá, pero no importa, está bien”.
Andrés afirma que hay muchos niños viajando en las caravanas migrantes, una de las historias que más recuerda es la de un pequeño haitiano perdido; se separó de su familia por unos días, otros migrantes cuidaron de él, hasta que se reencontró con sus padres en Juchitán.
Secuestrado
El simple hecho de hablar de su llegada a México le provoca nuevamente el llanto, pues vivió una de sus experiencias más duras. Después de pasar con lanchas la frontera de Guatemala, fue secuestrado.
“¿Sabes qué es lo más tenaz (complicado)? Que los transportistas nos entregaron”. La promesa era dejarlos en el primer retén por 25 pesos, en el camino, el chofer les ofreció llevarlos al segundo punto de revisión por 40 pesos, a lo que accedieron. Escucharon cuando mandó mensaje para informar que llevaba 14 (migrantes). Los encañonaron, los insultaron y los llevaron en camionetas a un rancho para quitarles todo el dinero que tenían.
Cuando lograron despojarlos, los llevaron a Tapachula y se justificaron con ellos diciendo que lo hacían para protegerlos del crimen organizado.
“Somos un negocio” Andrés está convencido de que la llegada de cientos, miles de migrantes aumentan en consumo de negocios locales. A lo largo de su recorrido, muchos de ellos buscan trabajos temporales, pues no todos logran entrar a refugios y deben obtener un ingreso para seguir su viaje.
A pesar del secuestro al inicio de su trayecto por México, la impresión que tiene de los mexicanos es muy buena, pues ha recibido mucha ayuda. A veces comida, a veces cobijas y ropa, “son anfitriones excelentes, ustedes los mexicanos son la tapa”.
Sobre las autoridades expresó su desconfianza. Puede pedirles alguna dirección pero en su viaje no se ha acercado a ninguna para recibir ayuda. Desconfía de dar sus datos.
En su primer intento logró llegar a Monterrey, cansado y desgastado por el trayecto, decidió aceptar la ayuda de su hermana, quien le mandó 100 dólares y tomó el autobús a la frontera. Fue hasta el tercer retén que la policía migratoria le pidió sus documentos, y ni porque llevaba una gorra de la selección mexicana logró librarse de la revisión. El personal lo llevó a un autobús donde había más migrantes, sin certeza de qué pasaría.
Fueron dos días llenos de incertidumbre, niños y adultos vivieron en ese autobús de donde no podían bajar, con un baño sucio y saturado, con calor y apenas comiendo lo que les ofrecían.
Al final, lo regresaron de nuevo a Tapachula.
Andrés ha pensado en quedarse en México, le gusta la gente y la cultura, pero en su mente sabe que debe llegar a la frontera, que debe cruzar a Estados Unidos porque esa es su meta, es una idea que ya se plantó en su mente y hasta que pase, podrá decidir.
¿Volvería a migrar? Ahora que sabe cómo es y qué pasan los migrantes, no lo haría de nuevo: “Colombia, mi país es muy bacano, pero quisiera darles más a mis viejos”.
El viaje lo ha marcado y a su familia migrante les pide no rendirse les pide alcanzar su meta y a quienes piensan en salir de sus países, les dice que no lo hagan, que ahorren y mejor consigan documentos para migrar sin tener que vivir toda esta travesía.
Andrés no cree en las instituciones ni de México, ni de Estados Unidos; para él y muchos migrantes más, mecanismos como el CBP One, plataforma para solicitar una cita de presentación de forma anticipada por excepción al Título 42, no les otorga certeza de obtener el ingreso y por ello deciden aventurarse hacia el cruce por tierra, aunque esto signifique enfrentar muchos peligros.
A lo largo de su trayecto se ha acercado a varias familias y reconoce el valor sobre todo de mujeres y niños que viven la experiencia de migrar. Incluso ha pensado en una posible ley que permita la entrada libre a todo país, porque piensa que moverse es una necesidad humana. Sabe que existe quien delinque, pero si desde la ley se establecen derechos y obligaciones para los migrantes, todo sería más fácil.
Durante la charla, Andrés mandó un mensaje a las autoridades de México y Estados Unidos: “Denme la oportunidad de estar allá, yo no voy a restar, no voy a delinquir, voy a trabajar, voy a esforzarme por tener un futuro mejor para mi familia, no voy a ser un estorbo en su país. Déjenme pasar”.
Migrar en familia: la historia de Francisco
Andrés no llegó solo, junto con él, llegó una familia proveniente de Honduras, Francisco Javier Guifarro viaja junto a su esposa y sus pequeños de uno y cuatro años. La decisión no fue fácil y la planearon por dos años, el motivo es el alto costo de los alimentos en su país.
En su tierra se dedica a la carpintería y a la pintura automotriz, pero con tal de mejorar la situación de su familia decidieron viajar juntos, porque son muy apegados y sus hijos se ponen tristes si se separan.
También buscaron por Internet sobre el trayecto y vieron algunos videos, pero a lo largo del viaje se acercaron a otros migrantes que les orientaron sobre la ubicación y reglas de los albergues, donde afortunadamente les han permitido dormir y les han ayudado con alimentos, por lo menos a su esposa e hijos, porque él salía a buscar trabajo y conseguir recursos para seguir su viaje.
Una decisión difícil
La familia de Francisco respetó la decisión aunque se puso un poco triste; su suegra no estuvo muy de acuerdo, pero al final del día sólo fue una opinión.
El 27 de diciembre por fin salieron de Honduras y dos días después llegaron a México. Donde se unieron a una de las caravanas, sin embargo, tomaron un camino aparte pues el grupo caminaba hasta 40 kilómetros desde muy temprano, algo difícil para sus dos pequeños.
En el camino conocieron a otra familia también de Honduras, que viajaba con su pequeño, pero se separaron.
A lo largo de su trayecto no se ha acercado a las autoridades migratorias en México; el único contacto que han tenido es cuando se acercan a las caravanas para ofrecer suero y agua.
Afortunadamente no se han enfrentado a la delincuencia, su trayecto ha sido tranquilo; incluso sus hijos no se han enfermado más que de gripes leves.
“No sé si a todos les ha ido igual que a mí, pero nos han tratado bien”.
Conoce el CBP One pero no ha tramitado el permiso porque a él le dijeron que debía llegar a la Ciudad de México para poder tramitarlo.
A momentos ha pensado en quedarse en México; su esposa le ha insistido varias veces en establecerse e incluso le ha pedido regresar, pero piensa que ya avanzaron y deben continuar. Tiene la idea firme de llegar a la frontera y una vez allá, piensa entregarse a las autoridades de Estados Unidos para que ellos decidan si les permiten quedarse o regresarlos a su país.
¿Lo volvería a hacer? Piensa que tal vez sólo lo haría de nuevo, pero no sacaría nuevamente a su familia, pues han tenido momentos muy difíciles, como no tener dinero para alimentar a sus hijos.
Si en algún momento sus hijos lo cuestionan del por qué exponerse a este viaje, Francisco está seguro de su respuesta: darles una vida mejor, que ellos tengan mejores oportunidades. “Yo lo hago por ayudar a mi familia, y también a mi mamá, que es una señora muy grande y no debería estar trabajando”.
A las autoridades de su país les pide que piensen en quienes gobiernan, que se enfoquen en la gente y no sólo en su círculo político. Él piensa que los hondureños sólo piden educación y trabajo. A Estados Unidos, le pide una oportunidad, porque así como él, los migrantes sólo quieren trabajar.
A las personas que quieren migrar, sobre todo quienes viajan con niños, les pide pensarlo bien, porque es muy complicado viajar con ellos y son quienes más sufren.
Andrés y Francisco dejaron la redacción y por algunos días enviaron algunas fotos de su trayecto. El primer reto fue conseguir transporte pues por ley, no pueden comprar boletos de autobús si no portan pasaporte y una carta que les autorice el tránsito por México, y en caso de que accedan a venderles un lugar, deben pagar hasta 3 mil pesos por persona… obviamente no tienen los recursos.
Lo último que supe de Francisco fue que se quedó con su familia en Querétaro, a donde llegaron después de caminar y dormir en la calle junto a Andrés, porque sólo admitieron a su esposa y sus pequeños en el albergue.
Andrés mantuvo un poco más la comunicación, su primera meta era Monterrey, pero cambió su ruta después de que un contacto le informara que Migración estaba “cazando” y regresando a los migrantes.