En la era de nuevas terminologías, –regularmente adaptadas a prácticas que, aunque no son nuevas sí requieren algo que las nombre–, no dejan de surgir los neologismos (la materialización de una realidad urgente de ser nombrada), muchas veces provenientes del inglés, aunque no sea una característica definible. Dentro de este documento que va recogiendo estas nuevas expresiones-palabras, se encuentra una de las más nombradas: el doxing/doxeo.
Aunque rimbombante, el término está definido como la acción de hallar y/o publicar información privada y/o personal sobre alguien en algún lugar de Internet sin su permiso con la intención de revelar lo encontrado (nombre, dirección, dirección de correo). Es decir, existe la intención clara de hacerla pública, y, claro, con el propósito de evidenciar a –digamos– la víctima.
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En un principio, se atribuía esta acción, es decir, doxear, a esa información que, pese a su circulación digital, se hacía pública sin el permiso de la persona afectada. Se trataba de una revelación que quebrantaba el anonimato — recordemos que este concepto, ahora expandido, tiene su origen en la efervescencia de los hackers en los años noventa. Ahora, con las redes sociales, la línea se ha desvanecido, y por tanto la información personal y privada ya es pública, con las reservas personales que cada uno establezca.
Dentro de la coyuntura actual, sin embargo, vale preguntarse si basta una práctica como la realizada por el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina de este jueves 22 de febrero, donde reveló el número telefónico (y más información) de Natalie Kittroeff, mujer que funge como Jefa de Oficina para el diario estadounidense The New York Times, para que pueda ser calificado como doxing. Esa es la cuestión.
Aunque los datos de la periodista estadounidense eran del conocimiento de la oficina de comunicación del mandatario y de él mismo, el uso posterior, es decir, la visualización y enunciación pública en medio de su habitual ejercicio matutino de información parece violentar la privacidad de los datos de la empleada del NYT. En realidad, esos datos, enviados de manera personal al representante del ejecutivo, no debieron hacerse públicos.
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La incógnita, abordada desde distintas aristas según la afinidad o la animadversión con los actores del suceso, se encuentra dividida, principalmente, en dos vías. La primera apunta a que López Obrador únicamente dio respuesta a los cuestionamientos que le fueron previamente enviados, lo cual no es mentira. Y que ello no supone una afectación.
En contraste, y sumado a lo anterior: nuevamente la filtración. Delicada, entre otras cosas, por lo que significa ser señalado a través de un medio de tal alcance, por el riesgo que puede traer consecuencia a sabiendas de los niveles de violencia que provoca el acoso digital. Más aún, en una profesión tan riesgosa como lo es el periodismo.
Entretanto, el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales ya abrió una carpeta de investigación por el caso antes abordado. Queda esperar la resolución y seguir, más que cualquier otra cosa, priorizar la seguridad de todas y todos, sobre todo cuando la profesión que se ejerce implica un riesgo.