La mayoría de los intelectuales se han preguntando a lo largo de la historia, si los homenajes póstumos no son un asunto tardío. Sin embargo, resulta ser sólo una suposición dudosa, asumir lo primero.
Sobre todo cuando el homenajeado es, en este caso, un escritor como José Agustín. Máxime porque se trata de alguien que siempre tuvo una preocupación discreta por ser reconocido, y que por el contrario fue puesto en tela de juicio por aquella cúpula oficialista de la literatura mexicana de la época que acusaba al honrado de estar haciéndolo todo mal.
El autor de El Rock de la Cárcel, acaecido en su casa en Cuautla, Morelos, el pasado 16 de enero, tuvo un inolvidable homenaje póstumo en el Palacio de Bellas Artes.
Apenas fue depositada la urna con sus restos en el centro del recinto, frente a una fotografía enorme y bella de José Agustín y Margarita Bermúdez hecha por Rodrigo Cuéllar, un concierto de aplausos y alaridos rompió el silencio de la sala del máximo recinto de las artes en México.
Entonces la Secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, tomó el micrófono para introducir a asistentes, entre agradecimientos y recuentos, a la ceremonia del preciosísimo José Agustín. Diríase que su intervención sirvió de preámbulo a una de las voces más importantes de la tarde, la de Margarita Bermúdez, viuda y compañera de vida de José Agustín, quien con mesura desveló su agradecimiento a su fallecido esposo por las seis décadas de compañía y todo aquello que fue.
Asimismo, José, Jesús y Andrés, sus tres hijos, tomaron por un momento el protagonismo para hacer una especie de retrato de los recuerdos de José Agustín: como papá, figura, escritor y familia.
Como si hubieran reconocido en él un genio astuto de mil cabezas que asistió a este plano a hacer lo que siempre supo hacer mejor.
Como parte de esa pequeña gran fiesta, reconocidas figuras de la literatura como Elsa Cross, Elena Poniatowska y Alberto Blanco también participaron de ese colectivo discurso en torno al autor de De Perfil.
Rescataron, entre otras cosas, la inteligencia prominente del maestro, así como también su inquebrantable espíritu combativo y su invaluable aporte a la literatura desde su oficio como escritor.
Así, entre aplausos, muestras de cariño desbordado y muchas voces, José Agustín recibió el reconocimiento ansiado, ahora sí, a la altura de su literatura, esa que marcó la vida de un gran número de lectores.