Al gobierno de Andrés Manuel López Obrador le quedan hoy siete meses, 214 días, que a pesar de ser ya un suspiro en comparación con lo que ha durado el sexenio, es tiempo suficiente para que el ambiente se polarice y se enrarezca mucho más.

Los tiempos de campañas electorales suelen ser tensos, porque los participantes usan todo lo que tienen a su alcance para denostarse entre ellos. Este proceso es diferente porque hay un Presidente en funciones que no solo hace campaña activa por su candidata, sino que ataca sin miramientos a los que llama sus adversarios.

No estamos lejos de ver agresiones políticas entre personas que porten banderas electorales diferentes y todo fomentando desde la más alta esfera del poder.

Además, el crimen organizado ya dejó en claro que tiene todo el poder y la intención de influir en la designación de los candidatos, primero, y en los resultados, después.

Si en estas semanas de campañas electorales la tónica son las agresiones de todo tipo, al final puede generarse una repulsión de muchos ciudadanos a acudir a las urnas, algo que claramente conviene a los que tienen el poder.

Pero se puede generar mucho más que un ambiente adverso para salir a votar, puede haber una contaminación de la vida económica cotidiana que acabe por descomponer la frágil estabilidad que tiene hoy este país.

De entrada, no hay duda, la mayoría de las iniciativas constitucionales de López Obrador garantizarían una crisis financiera de aprobarse como están. La realidad es que tienen pocas posibilidades de transitar.

Lo que sí puede descomponer la estabilidad financiera es que, en un acto desesperado, se incremente más el uso de recursos públicos con fines de comprar voluntades electorales y se abra un boquete fiscal que genere turbulencias en los mercados.

No conservar a las fuerzas armadas lejos de la organización civil y del proceso electoral puede también generar inquietudes.

Caer en actos efectistas a través de decretos que pudieran minar la confianza de los participantes de los mercados, puede ser otra forma de descomponer las cosas muy rápidamente.

Todos los procesos electorales en México han tenido, al menos en lo que va de este siglo, ese componente de incertidumbre que se ha traducido en nerviosismo en diferentes frentes y que se les nota a indicadores financieros como el tipo de cambio.

Pero en esta ocasión hay un disruptor adicional que puede complicar mucho más esa habitual incertidumbre. Porque hoy, quien debería dar confianza en las instituciones, quien debería ser garante de unidad nacional frente al deseable proceso de relevo democrático, es el principal porro generador de conflicto.

Es un hecho, México no cuenta con un jefe de Estado que asuma su rol como líder de toda una población, la presidencia está ocupada por un jefe de camarilla que tiene todo el poder para buscar que el proceso electoral en marcha arroje el resultado que él desea.

Lo que puede marcar la diferencia es la madurez y serenidad con la que los electores enfrenten la estridencia de la temporada. Y, por supuesto, salir a votar el domingo 2 de junio.

 

      @campossuarez