Cuando a los representantes de las candidatas y el candidato a la presidencia se les plantea la posibilidad de acordar un pacto de civilidad durante lo que resta del actual proceso electoral los tres se encargan de darle la vuelta a tal posibilidad y de inmediato regresar a la confrontación.

Es muy ingenuo pedir un pacto de civilidad entre los candidatos y sus partidos cuando estamos ante la cuarta campaña presidencial de quien se ha distinguido por hacer de la confrontación su modus operandi, tanto electoral como de gobierno.

Andrés Manuel López Obrador, a lo largo de ese tiempo, ha optado por desconocer los resultados, por descalificar al árbitro electoral aun después de obtener el triunfo y por ser un Presidente que fracciona al país entre los que lo apoyan y los que no piensan como él.

Entonces, cuando a los partidos de oposición se les sugiere un pacto de civilidad, para evitar que los desencuentros pudieran escalar hasta niveles violentos, lo primero que piden como condición es que el régimen de López Obrador cumpla con la ley.

Establecer un ambiente de civilidad sería una forma de crear un frente común de aquellos que hoy compiten bajo las reglas democráticas en contra del crimen organizado que de facto controla amplios territorios del país.

Un pacto entre partidos y candidatos sería una forma de demostrar que se está del lado del Estado de derecho y no de los abrazos a los delincuentes.

No suena nada bien que, ante el llamado, totalmente de sentido común, del Alto Comisionado de la Organización de las Naciones Unidas, Volker Türk, de proteger de la violencia criminal a candidatos y ciudadanos, el presidente López Obrador diga que este funcionario de la ONU lo hace porque están en contra de “nosotros”. ¿A quién realmente hace referencia López Obrador con eso de nosotros?

Un pacto de civilidad no tendría por qué impedir la confrontación de ideas y ofertas electorales, pero sí tendría que hacer que partidos y candidatos hicieran un llamado a considerar que los de las otras campañas son tan mexicanos como ellos y que las preferencias electorales no los convierte en enemigos.

Seguimos en un régimen que ha ignorado a las minorías, sigue en el poder una persona quien se encarga todos los días de denostar a otros mexicanos por su condición socioeconómica, sus preferencias políticas o hasta su color de piel.

Sin embargo, dice la Constitución que ese personaje ya se va, y que, quien llegue a la presidencia necesitará de una reconciliación nacional si realmente pretendiera gobernar en paz.

La ausencia de carisma es un hecho durante el siguiente gobierno, por lo tanto, los caminos que quedan para procurar una adecuada gobernanza serán o la negociación política, la reconciliación social, o bien exacerbar la polarización y el autoritarismo.

Para recomponer al país de este momento de división y confrontación, los actores políticos tendrán que hablar de pactos de civilidad.

Si es inevitable el dominio de quien provoca la mayor división en la sociedad mexicana, al menos se tendría que llamar a un pacto y a una reconciliación de los mexicanos como una de las primeras acciones del siguiente gobierno.

El punto es ver cómo llega el país a ese momento.

 

     @campossuarez