Ahora que se quieren poner de moda los años 80, es imposible hacer un recuento de lo que fueron aquellos tiempos si no parte de la realidad de que vivimos la década entera en crisis económica.
¡Qué padre recordar esa época! (expresión muy ochentera). Traer a la memoria de algunos pocos y al conocimiento de la gran mayoría cómo eran las modas, la música y las imágenes, pero lo que hay que enseñar de esa década perdida son los efectos del populismo en un país y en varias generaciones.
Si mantenemos en la memoria la historia económica de esos años, algo podemos hacer para evitar que se repita.
Porque empieza a haber similitudes entre los años previos a esa década perdida y los tiempos actuales.
El México de los años sesenta fue de estabilidad y crecimiento, quizá no fue una política adecuada, porque se optó por un modelo estatista en lugar de incluir a los agentes económicos privados que participaran de forma más activa en ese llamado desarrollo estabilizador.
La factura vino después cuando ese país encerrado en sí mismo, que limitaba la participación privada y sustentaba el crecimiento en un commodity como el petróleo cayó en manos de un ególatra populista.
Encumbrado como un autócrata sexenal, Luis Echeverría minó la estabilidad macroeconómica del país, sobre endeudó las finanzas públicas y dilapidó los recursos presupuestales en proyectos inútiles y electorales.
Y como colofón de su desastroso mandato, dejó en el cargo a una persona que resultó más incapaz y negligente que él mismo.
El resultado fue que durante los años setenta esa combinación de egoísmo, impericia y populismo devastó la economía y nos hundió a los mexicanos en una década de crisis económica, alta inflación y pérdida de oportunidades.
Esos fueron los años ochenta, una década en la que los jóvenes sí formamos una identidad propia, con la música, la televisión y la moda más entrañable para los que la vivimos, pero fuimos jóvenes en crisis.
Los chavos de clase media, que teníamos resuelto el tema de la alimentación y la vivienda, dejamos de viajar, de tener dinero para divertirnos, incluso, perdimos acceso a las escuelas privadas.
En ese momento, poco entendíamos de déficits fiscales y devaluaciones, solo veíamos cómo durante la parte final de esa década todas las semanas cambiaban los precios y cómo cada día teníamos menos acceso al consumo y no era fácil conseguir ese primer empleo.
Claro que a los adolescentes de esa época nos marcó para siempre el sismo de 1985, nos dio una visión esperanzadora ver cómo nos juntamos todos a quitar piedras de los edificios caídos y a llevar alimentos a los que lo habían perdido todo.
Los que sobrevivimos, hicimos una comunidad que después disfrutamos mucho coreando a nuestro equipo de futbol durante el Mundial de México 86.
Los años pasan y cuando queremos hacer memoria de esos tiempos, lo primero que tenemos que recordar es la lección de cómo un gran país puede desmoronarse bajo los liderazgos incorrectos.
El México imperfecto, pero próspero que cayó en manos de los populistas de los años setenta derivó en un país en crisis que nos quitó oportunidades a una generación completa.
Tardamos décadas en recomponer las estructuras de este país como para pretender repetir la historia.
@campossuarez