Hector-Zagal
 

Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana)

Presenciamos el primero de los dos equinoccios del año: el equinoccio de primavera. La palabra equinoccio proviene del latín aequinoctium, que significa “igual que la noche”. En efecto, cuando hablamos de equinoccio nos referimos al fenómeno en el que la duración del día y la noche son iguales. Esto, como comenté, sólo sucede dos veces al año: al inicio de la primavera y al inicio del otoño.

Desde hace cientos de años, el ser humano ha tenido muy presentes estas fechas pues representan el inicio y fin de la abundancia. Con la primavera, el sol garantiza condiciones óptimas para la agricultura y la caza. Los árboles son fructíferos y los animales no se encuentran invernando. Sin embargo, a partir de otoño, la escasez comienza. No es tan fácil conseguir comida y el frío del invierno es aún más difícil de soportar. La penumbra termina cuando comienza nuevamente la primavera.

Como se imaginarán, no son pocas las culturas que le han querido dar un significado mitológico a todo este proceso. La más famosa y de la que ya les he hablado es la del mito de Perséfone en la cultura griega.

El dios Ares raptó a Perséfone, que además era su sobrina, para tenerla como su esposa en el Inframundo. Los dioses obligaron a Ares a que regresara a la joven con su madre, pero éste le hizo comer semillas de granada y así la comprometió a que, por ley, tuviera que regresar cada seis meses al Inframundo. Cuando esto último ocurría, Deméter, diosa de la agricultura y madre de Perséfone, caía en una melancolía tan grande que la tierra dejaba de brotar y daba inicio al otoño e invierno.

Los antiguos egipcios celebraban la primera con la “Sham el Nessim”, una fiesta organizada a las orillas del río Nilo en la que cantaban, bailaban y comían para festejar el inicio de la temporada de cosechas. Algunos dicen que dentro de su mitología también hay una alusión al cambio de estaciones con la muerte y resurrección de Osiris.

Según la historia, Osiris fue asesinado por su hermano Seth, quien después lo partió en pedazos y los repartió por todo Egipto. No obstante, Iris, esposa y hermana de Osiris, recolectó todos esos pedacitos (a excepción de su miembro viril) y lo resucitó. Por ser Iris la diosa de la fecundidad, se piensa que la etapa en la que Osiris estuvo muerto representa la temporada de otoño e invierno, mientras que el periodo posterior a su resurrección, la etapa de abundancia de la primavera y el verano.

Los romanos tenían varias celebraciones con relación a este fenómeno. A mediados de marzo festejaban la “Mamuralia”, en la que un hombre se vestía de pieles para representar al Demonio del Invierno y después era azotado hasta que lo sacaban de la ciudad.

También, a finales de marzo, se celebraban varias fiestas en honor a Atis y Cibeles. Según la mitología, Cibeles, diosa de la tierra y la naturaleza, se enamoró de un bello príncipe frigio, Atis. El problemita estaba en que Atis había sido profetizado con que, si es que acaso decidiera casarse, moriría de una forma terrible. Atormentado por no poder casarse con su amada, Atis tuvo un golpe de locura y se castró a sí mismo. Finalmente, murió desangrado en un pino.

Cibeles no pudo soportar perder a su amado y lo resucitó como un ser divino. Desde entonces, Atis se volvió un símbolo de la dualidad de la vida, así como de la fertilidad y la renovación. De ahí que lo festejaran a inicios de primavera.

¿Conocían todas estas historias? ¿Se saben otras?

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@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana