Agustina Bovi tiene dos trabajos pero no puede gastar en deporte ni ocio. Samanta Gómez ya no puede pagar por educación ni salud: la clase media, emblema de Argentina, se hunde bajo el peso de la inflación y los ajustes.
“Este es mi mejor trabajo y mi peor momento económico”, dice Bovi, una cocinera de 30 años que trabaja en un restaurante vegano de moda con seis mesas en Buenos Aires.
Combina esta tarea con otro trabajo nocturno, pero aún así no llega a fin de mes porque no hay clientela. El volumen de gente que había hace tres meses era el doble que ahora. “Y eso se siente un montón. Se siente en nuestros sueldos”, dijo.
Desde diciembre, cuando asumió el presidente Javier Milei, a febrero, la inflación acumulada superó el 70%.
“Me consideraba de clase media hace tiempo. Ahora siento que la gente que antes éramos de clase media somos de clase baja o pobre”, afirma la joven.
Aunque la inflación proviene de antes, la situación se agudizó desde que Milei recortó subsidios al transporte, combustible y tarifas de servicios, y eliminó regulaciones que ponían límites a contratos de alquileres y precios de la salud privada.
Los salarios perdieron una quinta parte de su poder adquisitivo (18%), en su peor caída desde hace 21 años, según el índice oficial RIPTE. La pobreza alcanzó casi a 6 de cada 10 argentinos.
Es el caso de Samanta Gómez, una enfermera de 39 años que debió transferir a sus tres hijos de una escuela privada a una pública por el incremento de precios en las cuotas y que también suspendió cualquier actividad recreativa que implique un gasto.
“Antes vivía de una manera más controlada y de golpe vino un tsunami y arrasó con nuestras vidas que llevábamos hasta diciembre como normal”, señala la mujer.