Por qué el ilustre realizador debería de ser reconocido.
Pues estamos en la época desabrida entre que ya pasaron los premios Oscar y que aún no llega el verano con grandes estrenos. Sin embargo, este año el panorama es distinto, con cintas como la nueva Los Cazafantasmas, Kung Fu Panda 4, el fenómeno de Dune: Parte 2 o incluso la joya animada que se menciona es Mi Amigo Robot (no he tenido la fortuna de verla).
A pesar de estos estrenos acaparando la atención de la audiencia, en esta ocasión quiero hacer hincapié en Todos Somos Extraños, una cinta que se coló en las carteleras mexicanas a finales de febrero y que, a pesar de ser ignorada por los premios de la Academia, merece de su atención y reconocimiento.
Una adaptación libre de la novela de Taichi Yamada, la historia dirigida por Andrew Haigh nos adentra en la vida de Adam (Andrew Scott), un guionista solitario en Londres que busca inspiración para su próximo proyecto en el duelo que siente por la pérdida de sus padres, quienes fallecieron en un accidente de auto.
En su búsqueda creativa se reencuentra con ellos de una forma espiritual, a la par que forma una conexión romántica con Harry (Paul Mescal), uno de sus vecinos.
La multinominada película en los premios BAFTA —e injustamente ignorada en la contienda por los premios Oscar— no sólo cuenta con increíbles interpretaciones de sus cuatro protagonistas, si no que tiene un guión sumamente vulnerable y sensible. Andrew Haigh tiene una misión bastante clara: hablar sobre la intimidad y la soledad en relaciones homosexuales.
El realizador ya ha tenido experiencias cinematográficas retratando esta fragilidad, en historias como la galardonada cinta independiente Weekend y su hermosa serie para HBO Looking, ambas hablando de las relaciones de amistad y amor entre hombres gay sin caer en el estereotipo.
Él nos habla de cosas complejas, de amores con muchos obstáculos, internos y externos, y es revolucionario al alejarnos de simplemente la clásica salida del clóset y hablar con más detalle acerca de lo que significa abrirse emocionalmente con otro hombre, y lo incómodo y difícil de esa situación, para uno mismo o para la sociedad.
El final de su más reciente película es desgarrador y cuestionable, pero sus temáticas de duelo y el desnudarse, física y metafóricamente, son sus logros más acertados. Y es el tipo de cine que abre a la empatía a todo mundo, fuera de si estas personas forman parte de la comunidad LGBT+ o no. Ojalá y Andrew Haigh continúe haciendo cine lleno de empatía, para generar un futuro en donde las historias LGBT+ dejen de ser tabú.
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