La entrevista que concedió el presidente Andrés Manuel López Obrador al popular programa estadounidense “60 Minutos’’, solo exhibió las contradicciones en la que ha incurrido el mandatario en sus casi 5 años y medio de gobierno.
Que si México produce fentanilo, pero poquito, que si hay consumo de drogas en el país, también poquito, que no somos colonia ni protectorado de nadie y dependemos del intercambio comercial con Estados Unidos y Canadá.
Lo novedoso es que el Presidente, a unos meses de concluir su mandato, haya aceptado una entrevista con un medio estadounidense.
Ya dijo que The New York Times era un “pasquín inmundo’’ por atreverse a revelar una investigación que el Gobierno de Estados Unidos hizo sobre el financiamiento a su campaña presidencial en el 2006.
La entrevista, desde luego, no está dirigida al auditorio mexicano, que ya conoce sus frases y sus dogmas.
Tiene el objeto de posicionar su movimiento y su persona entre el público mexicano radicado en el país vecino del norte y que ve dicho programa.
Se podría decir que en términos prácticos, la entrevista de López Obrador servirá como introducción a la gira que programa Claudia Sheinbaum por el país norteño, en donde pretende reunirse con congresistas, medios de comunicación y con los grupos de mexicanos más representativos de aquellos lares.
López Obrador insiste en su visión paradisíaca de un país que, entre el domingo y ayer lunes, registró actos de violencia en Michoacán, Jalisco, Chiapas, Sinaloa y Veracruz.
La novedad hubiera sido una pizca de autocrítica, pero eso es pedirle peras al olmo.
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Campeche no tiene policías desde hace ya 10 días y la crisis no tiene para cuando terminar.
La gobernadora Layda Sansores se ha montado en su macho y no destituirá a la secretaria de Seguridad, Marcela Muñoz, pese a su notable incapacidad para operar el cargo.
Y los policías tampoco cederán.
En esta medición de fuerzas los únicos que pierden son los campechanos, que se aprestaban a recibir a cientos de turistas en la Semana Santa que, ante las noticias sobre la falta de personal de seguridad, probablemente cambien de destino.
Como si en el estado abundara el dinero.
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La eventual prohibición del glifosato en México se ha convertido en un tema de debate no solo por sus implicaciones en la producción agrícola y la economía nacional, sino también por el desafío que representa para el futuro gobierno, sea quien sea quien gane la Presidencia.
Claudia Sheinbaum se ha manifestado, en su papel de ambientalista, en contra del uso del glifosato a pesar de que diputados de oposición y sectores de la iniciativa privada, e incluso senadores de Morena, han expresado su preocupación por las repercusiones que tendría el campo mexicano, en el supuesto de que se eliminara el uso de este herbicida sin contar con otras alternativas.
El glifosato, como se sabe, es un herbicida ampliamente utilizado en la agricultura global por su eficacia en el control de malezas.
Sin embargo, su posible impacto en la salud humana y el medio ambiente ha llevado a debates sobre su seguridad.
En México, la discusión ha tomado un tono particularmente urgente ante la propuesta de prohibir su uso, lo que ha generado inquietud entre productores y en la economía nacional, dada la dependencia del sector agrícola en este producto.
Legisladores de la oposición han argumentado que mantener el uso del glifosato es esencial para garantizar la seguridad alimentaria del país.
Sheinbaum y Gálvez lo saben.
¿Qué harán al respecto?