Todos sabemos que llega el período previo a las elecciones, las malditas campañas, y la cosa se pone horrible. Literalmente; visual y auditivamente horrible. Ya saben: los carteles y los spots, innumerables, en radio y televisión, una cosa que no se ve, creo, en ningún otro país, no en estas dimensiones, y que en México decidieron regalarse los partidos políticos.

Todos, ¿eh? Aquí sí, podemos ponernos equidistantes: la estridencia y la tontería no respetan colores, filiaciones, trayectorias. Son, repito, todos los partidos. Ya saben: disfraces que no –perdonen– mamar, bailes que ídem, mucho taco y mucho esquite para que se vea que eres del pueblo, mucha foto con la seño y el seño por lo mismo, mucho ir caminando por la calle del barrio popular del caso con un discursazo viendo a cámara, alguna canción mala.

No es nuevo, pero se ha puesto peor. Es culpa de las redes sociales, supongo, que han dado lugar a una industria de, ¿consultores, publicistas, desarrolladores de contenido? No tengo claro cómo llamarlos –cosa de la edad, supongo–, que te cobran una mega lana por decir cosas como: “Hay que cambiar la narrativa” y te meten a competir en una escalada del ridículo que, hoy por hoy, no parece tener límites.

No quiero ponerme cínico, pero hace ya un buen rato, no sé ustedes, que atiné a pensar que está bien. O bueno, tal vez no que está bien, pero que ya, atásquense. Nos hemos acostumbrado a los 2 mil millones de espectaculares inútiles; los 70 mil millones de cartelitos nada enaltecedores y los 700 mil millones de spots que nadie ve ni oye porque la tecnología te permite ahorrarte la tontería de turno con un movimiento mínimo del dedo o un esfuerzo mínimo de la voz: “Alexa, calla a Rocío Nahle”, algo así, y a otra cosa.

Ni modo, solía pensar uno hasta hace un par de días: gástense una fortuna de los ciudadanos, bájenle todavía más la calidad a los medios a punta de esa propaganda zopenca que les impusieron y luego, concluías, acaben de ponerle en la madre al entorno con toneladas de basura plástica y papel. No me voy a amargar por eso.

Eso pensaba uno, sí, porque para eso uno se psicoanaliza, o le da a las pastillas que receta el psiquiatra, o medita, o hace yoga y agarra madurez y disfruta las cosas pequeñas de la vida sin permitir que el exterior lo lastime y no se envenena por cosas que se escapan a su control, y fluye.

Eso pensaba, en eso estaba, hasta que salí a caminar por el barrio y me di cuenta de que estaba lleno de publicidad de Torruco.

 

     @juliopatan09