El asesinato a balazos de Bertha Gisela Gaytán Gutiérrez, candidata morenista a la alcaldía de Celaya, Guanajuato, acaecido apenas el lunes pasado durante su primer acto de campaña, no es ningún “hecho aislado”, como nos lo quiere hacer creer el inquilino de Palacio Nacional.
En su más reciente informe, publicado apenas al día siguiente de este crimen, la organización Laboratorio Electoral dio a conocer que en México ya hay 50 homicidios relacionados con los comicios del próximo 2 de junio. De éstos, 26 corresponden a aspirantes a cargos de elección popular (el resto, a familiares, funcionarios o políticos), por lo que éste ya es el proceso más violento y sangriento en la historia de nuestro país. En 2018 se registraron un total de 43 asesinatos.
Y eso que todavía faltan 57 días para que los mexicanos acudamos a las urnas a depositar nuestro sufragio.
México está teñido de sangre, por más que el presidente López Obrador y su titular de Seguridad y Protección Ciudadana federal, la invisible Rosa Icela Rodríguez, a diario nos salgan con el cuento chino de los “otros datos” y sus láminas con numeritos alegres que ni ellos creen.
A menos de seis meses de que el Presidente se marche a su rancho de Palenque, Chiapas, a disfrutar de su jubilación, TResearchMX dio a conocer ayer jueves que de acuerdo con el registro de homicidios dolosos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), del 1 de diciembre de 2018 al 3 de abril de 2024, las fiscalías estatales y federal han registrado la friolera de 183 mil 332 homicidios dolosos en nuestro país. Se trata de números que superan brutalmente lo que ocurrió durante los sexenios de Enrique Peña (130 mil 626), Felipe Calderón (102 mil 812) y Vicente Fox (53 mil 275).
Pero eso sí, el primer mandatario asegura burlonamente que el pueblo bueno y sabio está feliz, feliz, feliz…
Más allá de la retórica obradorista, que durante casi cinco años y medio ha acostumbrado a sus aplaudidores a una serie de sinsentidos perversos, vale la pena tratar de entender lo que nos ha llevado a vivir inmersos en un entorno tan violento y sangriento: de entrada, desde el primer día de su gestión, López Obrador decidió voltear a ver hacia otro lado a donde estaba operando el crimen organizado.
Se desentendió por completo de éste y cuando los delincuentes se apoderaron de gran parte del territorio nacional, en lugar de implementar medidas para combatirlos prefirió anunciar su “estrategia” de abrazos y no balazos. Con eso dejó en claro que no le interesaba proteger a la ciudadanía, la cual está conformada por personas que votaron por él, por personas que no votaron por él y, por supuesto, por políticos.
Y las red flags se han mostrado a lo largo de todo el sexenio. Tenemos funcionarios (empezando por el Presidente) que conviven y convergen con criminales, como la alcaldesa de Chilpancingo, Guerrero, Norma Otilia Hernández, o el gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco. Pero la lista es larga.
…Y nadie hace nada.
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