“Nomás un rato” fue el comentario de uno de los asistentes al Zócalo de la CDMX para ver el eclipse total del sol.
Pese a que el fenómeno astronómico no se repetirá sino hasta pasada la mitad del siglo XXI, la expectación que generó el suceso fue cayendo conforme los minutos; la voragine diaria de la capital mexicana fue absorbiendo la curiosidad de las miles de personas que miraban cada cierto tiempo al cielo, al punto de volverla una mera estampa entre todo lo que sucedía a la par en la Plaza de la Constitución.
Minutos antes de las 12:35 de la mañana -punto máximo del eclipse en el centro del país- el Zócalo bullía de transeúntes, familias, parejas, visitantes nacionales y extranjeros hasta burócratas que salieron de sus oficinas, con el pretexto de ir a la tienda, para congregarse en la plancha y mirar al cielo.
Te podría interesar: Avala SCJN etiquetado frontal en alimentos
Si bien, en el corazón de la capital los cielos no se oscurecieron si tornaron como si a pleno mediodía se repitiera el amanecer, cuando -como cada día desde hace milenios- el sol ya disipó la oscuridad pero en algunos puntos del firmamento quedan retazos negros.
Todos miraban al cielo, ya sea con los lentes certificados, los piratas -“llévele, llévele, últimas piezas”-, otros, a través de una lámina oscura que se vendía en 20 pesos, o los más “ancestrales” con espejos de presunta obsidiana; la curiosidad y resquemor se conjugaban a los pies de la bandera monumental.
Algunos, a través de las sombras de sus dedos miraban como la luna iba dibujando una “uñita” en el sol; otros, con la “caja negra”, que a través de las curiosas -para los legos- leyes de la óptica le permitían ver el avance de la sombra que proyectaba desde 384 mil 440 kilómetros en el fondo de una caja de zapatos.
Otros, los menos, como si la llamada “gentrificación” hubiese llegado al centro de la Ciudad de México, meditaban sentados en las ardientes aceras que rodean el Zócalo.
Pero después de que la Luna “venciera” al Sol y oscureciera sus rayos, los asistentes perdieron el interés.
Dejaban cada vez más de mirar sobre sus cabezas, ponían atención a las danzas prehispánicas que había en el templete al centro de la plancha o, de plano, se iban a comprar alguna “chuchería” entre las carpas de productos oaxaqueños.
Pasado el mediodía, la vida volvió “a la normalidad”: la luz ya era la habitual de un día de primavera, los transeuntes ya se aglomeraban en las entradas al Metro, los gritos de los vendedores ambulantes ya no eran relacionados a la conjunción de 2 cuerpos celestes cuyos orbitas raras veces coinciden en más de una ocasión en lo que dura una vida humana, y los niños reclamaban a sus padres:
Te podría interesar: No más comisiones al pagar con tarjetas, esto dice la ley
“No se hizo de noche mamá” -o uno más curioso y llamativo- “no vi el ovni papá, no lo vi”.