Es que no puedes descuidarte ni un segundo. Sales de tu departamento y, con el corazón en un puño, te subes al metro. Chilango curtido en mil batallas, no pierdes la atención un momento, “¿esas vigas están cuarteadas? ¿Ese humo es de las llantas o alguien se metió al vagón con un anafre para vender gorditas? ¿Ese güey va armado?”. Algo así.
Llegas a tu estación hora y media después, por un “retraso en la interestación”, bajas y caminas unas cuadras con un ojo a los posibles asaltantes del semáforo, que aprovechan el tráfico para amenazar con pistolas a los conductores, y el otro a las obras del tren, no sea que se “desplome” una viga de 75 toneladas, y tocas el timbre.
El café sabe raro, como a huevo cocido e Isodine Bucofaríngeo. “Van dos semanas que el agua huele así. Ni modo de lavar los trastes con Electropura”, te dice tu anfitrión. Como la valentía, según has aprendido en las películas de artes marciales, no consiste en no tener miedo, sino en saberlo dominar, te tomas el café. Varios.
“Chingue su madre. Soy de la UNAM”, te dices. Una cafetera después, de vuelta al metro. No hay servicio. Algo así como que “una trabe con desgaste de material causó una avería temporal en la subestación El Potrero”, lees y te enfrentas a la perspectiva de, o subirte a uno de los camiones saturadísimos que alguien llamó Sistema RTP, a una pick up de la policía chilanga que está en “labores de apoyo” o a un taxi pirata que te cobrará 300 pesos, igual que a los otros ocho pasajeros, por cinco cuadras. Optas por el camión: una hora y media de cola y la posibilidad, no remota, de que alguien use un desarmador o un picahielos para ganarte el lugar, por aquello del estrés.
Estás a punto de llegar a tu casa agotado, pero con la felicidad de estar vivo, y descubres que la avenida está “acordonada”. Fuga de gas. Toca dar un rodeo. Cuando logras atravesar, algo llama tu atención. Un canto de las sirenas: los cheetos que regala Sandra Cuevas. “Igual me quitan el sabor a Isodine con huevo”, te dices, mientras te distraes preguntando qué habrá pasado con aquella relación tan bonita que tenía con Adrián Rubalcava (“¿lo habrá ahuyentado eso que dice en su página de que ‘Solo Dios pone y quita reyes’?”, te preguntas) y es entonces cuando, imprudentemente, te acercas al último y tal vez fatal peligro de la jornada: esa caravana de coches onda Mad Max, pero naranjas, que lleva con tanta elegancia a la candidata al Senado.
Sí, es un milagro llegar vivo.
@juliopatan09