Eran las 14:50 de la tarde del jueves 17 de abril de 2014 cuando, dentro de su residencia en el Pedregal de San Ángel, ubicado al sur de la Ciudad de México, se confirmó la muerte del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Había fallecido unos minutos atrás, a causa del cáncer que le había sido diagnosticado desde 1999, y que para esos tiempos había vuelto para regarse por sus órganos sanos. Su dicha, sin embargo, fue morir rodeado de su familia.
A diez años de distancia, pese a que no llegó nunca el olvido hacia su obra o su persona, su nombre volvió a aparecer en comentarios de lectores, especialistas y comunidad literaria, primero por el anuncio de la publicación de En agosto nos vemos, la novela inédita que permanecía encajonada junto al resto de sus archivos y que recién vio la luz, con autorización y ayuda de sus hijos, herederos universales del novelista colombiano, el 6 de marzo pasado, pese a que, cuentan, García Márquez pidió que ese manuscrito fuera destruido.
Poco más de un mes después, en el día exacto en que se cumplieron diez años de su muerte, se publicó el primer avance de la serie basada en Cien años de soledad, basada en la novela homónima del también cronista colombiano. Por lo que “vino” a mi memoria la cinta que da título a la columna: Gabo, la creación de Gabriel García Márquez (2015). Más como capricho, como una manera de desviar el foco de esa novela nueva y los comentarios funestos alrededor de una serie que aún no se ha estrenado.
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En el mencionado documental, dirigido por el inglés Justin Webster (Aldershot, 1963), desfilan, por una investigación rigurosa, desde Jaime y Aida García Márquez, hermanos de Gabo, pasando por Gerald Martin, el biógrafo del escritor, hasta personajes de la talla de la agente literaria Carmen Balcells, el periodista Jon Lee Anderson, el expresidente colombiano César Gaviria y hasta Bill Clinton, expresidente de Estados Unidos.
Sin embargo, pese a la pasarela de nombres relevantes, quien funge como columna vertebral es el escritor Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) quien no sólo comparte nacionalidad con García Márquez, sino también algunas distinciones que lo colocan como uno de los escritores más importantes de su generación.
El autor de El ruido de las cosas al caer (Alfaguara, 2011) funge como puente entre las anécdotas y aseveraciones del resto de voces, pues proporciona una visión más analítica e incisiva no sólo sobre el personaje que llegó a ser el autor de El coronel no tiene quien le escriba, sino también sobre la obra de este, a quien su admiración le permite desdibujar con naturalidad cuestiones de lo que escribió Gabo a través del tiempo.
No sólo desde la revisión de una entrevista ante la que posa sus ojos con una obsesión pavorosa, sino porque recorre puntos clave en la vida del autor de Relato de un náufrago desde –de ser posible– la génesis. Y no es que lo que lo que narre el resto sea menos valioso, sino que la información que proporciona Juan Gabriel Vásquez permite exponenciar los otros datos.
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Es probable que este ejercicio documental del cineasta inglés no compita con una biografía escrita del autor colombiano, pero sí permite reconocer en Gabo la persona que fue más allá de lo que escribió, desde dónde vino, cuáles fueron algunos de sus tropiezos, por qué tomó algunas decisiones, cuál fue el origen de sus fortalezas y aquello que dio forma a su ideología política.
Por demás claro saber que un documental no basta ni bastará para conocer a un autor o a una figura relevante, pero sí sirve para ir construyendo el camino. Sobre todo en ejercicios sin aspiraciones estratosféricas que podrían desmoronarse en su construcción, cosa de la que Webster prescinde para optar por la sencillez para salir bien librado.
Finalmente, todo lo anterior es un pretexto por seguir recordando, presentar a quienes no conocen, porque es posible, a Gabriel García Márquez, novelista infatigable, reportero como los hay con más escasez en los tiempos modernos que corren, de valores infranqueables, e incluso Premio Nobel de Literatura. Personaje que, encima, nos recordó que el primer síntoma de la vejez es empezar a parecerse a su propio padre.