No hay victoria sin sufrimiento
R. R. Tolkien
El dolor proviene de un evento traumático o simplemente de una situación que no es como esperábamos que fuera; el sufrimiento, de nuestra incapacidad de lidiar con ello; el drama de la necesidad de construir una imagen para sufrir en público de manera aceptable. El primero es la verdad, el segundo el autoengaño y el tercero la mentira social.
Ciertamente, la primera reacción de todos es decirle no al dolor, y es normal. Para afrontarlo tenemos que estar preparados, ya que, tenga la intensidad que tenga, es impactante y puede invadir nuestra existencia por completo, oprimirnos el pecho, quitarnos la respiración y cerrarnos el corazón, todo de golpe.
Pero es temporal. Cuando finalmente le decimos sí, tras el primer embate, comienza a amainar, vuelve en oleadas cada vez menos intensas y con menos frecuencia, hasta que se convierte en un sentimiento suave, benévolo, liberador y, finalmente, se va.
Si aprendemos a resistirlo, cada vez se volverá más familiar y aceptable; no solo nos fortalecerá, sino que nos permitirá vivir plenamente, a corazón abierto, porque ya no le tendremos miedo. Afrontarlo acompañado es requisito inicial. Después, se podrá hacer en la intimidad.
El sufrimiento, por otra parte, es un gran enredo vital, que requiere mucho más esfuerzo para ser erradicado. Nace normalmente en la infancia, cuando el niño no puede manejar el dolor por sentirse rechazado, anulado, abandonado, traicionado, humillado u objeto de una injusticia, ni la frustración por no ver satisfechos sus impulsos o deseos, y los adultos a su alrededor no pueden enseñarle a hacerlo, porque tampoco saben gestionar ni lo uno ni lo otro. Con esta incapacidad, los convierten en seres que se auto perciben permanentemente insuficientes, en tiranos exigentes que lo merecen todo o en cualquiera de los múltiples tipos de personalidad que puede haber entre ambos polos.
A partir de ahí, el sufrimiento tomará múltiples caminos conforme vayamos creciendo, caracterizados por el miedo al dolor de ser heridos o de no ver colmados nuestros deseos, y siempre conllevará sensación de vacío e impulso constante de compensación.
Para aprender a manejar el dolor, lo primero que necesitamos es parar de sufrir. Suena a cliché de milagro, pero estoy muy lejos de llevarlo al refugio de una religión o una práctica espiritual evasiva.
Por el contrario, lo llevaré a su inframundo. Así pues, vamos allá: 1) acepte que sufre, dese permiso de sentir; 2) identifique qué siente exactamente, mientras más emociones descubra y describa, más estará en aptitud de sanar; 3) detecte la ganancia secundaria e inconfesable del sufrimiento: es una justificación para no asumir responsabilidad sobre sí mismo; 4) distinga entre sufrir y dramatizar, usted no es esa buena persona a la que la vida y los otros siempre le juegan chueco; sino víctima de sus propios miedos; 5) reconozca las ventajas sociales de su drama, que son variadas, como reafirmación en su victimismo, manipulación para conseguir lo que quiere, simpatía e incluso admiración, aceptación, pertenencia y, por supuesto, rescate de su triste situación, porque a final de cuentas el objetivo principal es evadirse de sí mismo; 6) tome una honesta decisión sobre si está o no preparado para iniciar el proceso de maduración que le permita renunciar a todo esto. Si no lo está, no se fustigue, no se exija, llegará el momento, solo no pierda de vista el objetivo; 7) establezca una relación con algo superior a usted e intangible; Dios, el universo, la conciencia cósmica, como quiera llamarle, porque sin ésta conexión no tendrá de qué sostenerse en ningún proceso que involucre el desarrollo de la conciencia, que es, por cierto la ganancia mayor cuando se deja de sufrir; 8) solicite ayuda y si cree en Dios pídale a él la adecuada para usted, para que tenga la seguridad de que, le guste o no, la que le llegue en ese momento es la que necesita.
@F_DeLasFuentes
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