La cuentista Alice Munro, nombrada “maestra de la historia corta contemporánea” tras ser laureada con el Premio Nobel de Literatura 2013, falleció ayer a los 92 años, en el asilo donde le brindaban los cuidados necesarios, desde que le fue diagnosticada su demencia hace más de diez años.
Durante seis décadas, los relatos de la autora de El Progreso del Amor lograron conmover a una infinidad de lectores alrededor del globo. No sólo por la perceptible complejidad de sus personajes y la sensibilidad palpable de sus escritos, sino por la capacidad de construir un mundo (propio) a partir de la más inocua cotidianidad.
Su reputación y reconocimiento literario despuntó tras la publicación de La Danza de las Sombras en 1968. Por inercia de lo anterior, la publicación de Las Vidas de las Mujeres en 1971 terminó de consolidar aquello que empezaba a erigirse como legado.
Más allá de Faulkner, McCullers, O’Connors, y por consecuencia algunos clásicos de la literatura rusa, otro par de personas, que luego de 1974 significaron un punto de inflexión para toda su vida, fueron Douglas Gibson, su editor, y Gerald Fremlin, su compañero de vida.
Es probable que la autora de La Vista desde Castle Rock sea recordada por tener la mira puesta siempre y para siempre en la escritura, esa forma compleja y precisa de explorar los detalles y su aguda visión para interpretar la vida y cada uno de sus sentimientos. Tal como ella dijo en Away from Her, como anticipando lo inevitable: “Es solo la vida. No puedes vencer a la vida”.