Los carretes de película y las estrellas de Hollywood que los llenan tienen un enemigo en común: el paso del tiempo.
Pero mientras un artista puede optar por cirugías o inyecciones para mantener una apariencia juvenil, para las cintas es más difícil pues en algún punto comienzan a desintegrarse sus componentes originales, realmente prosaicos.
Sin embargo, la composición de estos carretes está destinada a la pérdida total, producto del tiempo.
Cuando la industria cinematográfica nació al comienzo del siglo XX, pioneros como los comediantes Buster Keaton y Charlie Chaplin fueron inmortalizados en película de nitrato, un formato capaz de captar negros profundos, sombras infinitas y líneas nítidas.
Pero los estudios no demoraron en notar un inconveniente importante: la película de nitrato es altamente inflamable.
Las salas de proyección tenían que ser a prueba de fuego, una medida para evitar los incendios que en los años 1920 mataron a decenas de espectadores.
Incluso cuando no está en uso, la película de nitrato es peligrosa: enormes incendios en archivos de cintas en 1914 achicharraron buena parte de los primeros años de la historia del cine estadounidense.
Alrededor de un millón de cintas con la historia de Hollywood están guardadas en latas de metal bajo configuraciones secretas de control de temperatura y humedad en galpones de Burbank y Thousand Oaks, en las afueras de Los Ángeles.
Enormes estantes móviles están repletas hasta el techo con decenas de miles de horas de la magia cinematográfica, junto con legendarios programas de televisión, imágenes provenientes de las bibliotecas presidenciales así como de videos musicales.
Cámaras de circuito cerrado vigilan un espacio de casi medio millón de kilómetros de películas para evitar sorpresas en su proyección y evitar la desaparición del negativo original de un título, por ejemplo.