En medio de un panorama internacional, donde las elecciones están marcando las agendas, y donde los conflictos geopolíticos, los desafíos climáticos y las fluctuaciones en los mercados están trazando el rumbo global, es crucial mantener una estrategia económica sólida y proactiva. En este sentido, las recientes declaraciones de la Secretaría de Hacienda sobre la política económica mexicana brindan luces sobre las medidas adoptadas para enfrentar estos desafíos.
En un primer plano, la prioridad inmediata recae en consolidar la estabilidad económica y robustecer la confianza de los mercados frente a eventuales shocks externos, ya sean provocados por las elecciones en Estados Unidos o las incertidumbres generadas por conflictos internacionales. Esto implica mantener un equilibrio meticuloso entre ingresos y gastos en los presupuestos, así como la prudencia en la gestión de la deuda en relación con el Producto Interno Bruto (PIB).
A mediano plazo, se perfila la construcción de un modelo de desarrollo sólido y compartido, que capitalice las oportunidades de inversión privada, incluyendo la extranjera, para fomentar la creación de empleo y el bienestar de la población. Este enfoque no sólo apunta a fortalecer la economía nacional, sino también a propiciar un crecimiento inclusivo y sostenible en nuestro país. Sin embargo, no podemos ignorar las sombras que se proyectan en el horizonte, especialmente en lo relativo al incremento de los costos financieros impulsado por el alza de las tasas de interés, lo que presenta retos adicionales.
A su vez, me parece importante añadir que en el ámbito regional, nuestro país ha dado pasos significativos hacia el fortalecimiento de su competitividad y el impulso al desarrollo. La reciente intensificación de la colaboración entre México, Estados Unidos y Canadá para enfrentar las prácticas de no mercado de otros países marca un hito crucial en la protección de los trabajadores y la consolidación de la economía regional.
No obstante, es esencial reconocer los retos que acompañan estas medidas, como los posibles costos administrativos adicionales y la necesidad de una coordinación efectiva entre los gobiernos. Además, se deben tener en cuenta las posibles reacciones de los países señalados por estas prácticas, mismas que podrían desencadenar tensiones diplomáticas y comerciales, afectando las relaciones bilaterales y multilaterales.
En este contexto complejo e interconectado, la prudencia, la flexibilidad estratégica y la cooperación regional serán pilares fundamentales para garantizar un rumbo económico sólido y proactivo. Se necesita no sólo enfrentar los desafíos inmediatos con determinación, sino también estar preparados para adaptarse a los cambios y aprovechar las oportunidades que marcan el curso del mundo actual.
Por ende, la construcción de un modelo de desarrollo inclusivo y sostenible, junto con la intensificación de la colaboración regional para abordar las prácticas de no mercado, representa un camino prometedor hacia un futuro económico más resiliente y próspero para México.
Consultor y profesor universitario
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