Sea aquel que se da cuenta
Michael Singer
Nunca ponga su vida en suspenso esperando que suceda algo que lo rescate de su insatisfacción o se cumpla un deseo que usted cree condición necesaria para estar tranquilo o ser feliz o hacer cualquier cosa que quiera hacer. Esto acrecentará ese vacío que se forma cuando vivimos desde la carencia, o sea, desde la necesidad permanentemente insatisfecha.
Sepa que esa carencia no es otra cosa que la vida en el exilio de su propio ser, de su universo emocional, particularmente, y nadie puede llenarla sino usted, pero no amándose a sí mismo, como propone la psicoterapéutica de la autoestima, sino experimentándose, identificando y desgranando lo que siente y piensa; en resumen, conociéndose, estableciendo íntima conexión con su alma, a través de su propia historia reinterpretada, porque, evidentemente, la forma en que se la ha venido contando ha resultado dolorosa.
Las pausas en la vida son necesarias. Darnos un tiempo de recuento y reflexión, sin tener que saber qué es lo que sigue, puede ser perturbador, especialmente si estamos desconectados de nosotros mismos, porque la incertidumbre se vuelve insoportable, llena de asechanzas y peligros imaginarios, porque no confiamos en nuestra capacidad para afrontar lo que se presente. Pero, al fin y al cabo, es solo un receso, las más de las veces involuntario.
Sin embargo, la actitud de condicionar a la vida, de ponerle requisitos, solo nos aleja más de nosotros mismos, y nos centra en todo aquello de lo que carecemos. No se quede aquí, muévase, fije metas, pero no deposite en ellas ni su bienestar emocional ni el sentido de su propia importancia, porque la cultura del logro fomenta la insatisfacción permanente: una vez que alcanza lo que se propone, el gusto le dura poco, vuelve el vacío.
Lo importante es el camino. Emprenda uno nuevo cada vez. Ande constantemente. Elija aquel que a su entender y de acuerdo con su experiencia sea el mejor, o simplemente siga el que la vida le marca, porque no siempre estaremos en posición de escoger.
En el camino se le presentarán todas las situaciones, externas e internas, que deberá resolver con un solo objetivo: expandir gradualmente la conciencia. Si está leyendo esto es porque ya conoce el concepto y probablemente conozca también mi propuesta de que eso es a lo que venimos al mundo, y solo podemos lograrlo pasando de la inconciencia sobre nosotros mismos, es decir, el famoso piloto automático, en que acostumbramos vivir, a la autoconciencia, al darnos cuenta de la existencia propia, independiente de todo lo que nos ocurre, y de la forma en que reaccionamos a ello, para de ahí escalar a la conciencia trascendental o de comprensión de la verdadera forma en que estamos unidos al todo.
De estos tres grados de conciencia, todos habitamos por default en el primero. Ascender al segundo es para valientes, porque hay que sentir todo lo que se siente. Suena extraño decirlo así, pero comúnmente procuramos no enterarnos de lo que sentimos, porque socialmente está sancionado mostrarlo y, aún peor, hablar de ello. Particularmente en el caso de los hombres, expresar emociones puede ser considerado poco viril. Acostumbramos, además, a creer que somos lo que pensamos y sentimos, cuando en realidad somos los experimentadores.
Para salir de este brumoso espacio mental necesitamos un cambio cuántico de posición mental. No de forma de pensar, sino de lugar ahí dentro. Esto es posible porque nuestra conciencia es un microcosmos, en el cual coexisten diversas dimensiones. Como es arriba es abajo, decía Hermes Trismegisto.
Ese cambio debe sacarnos del sitio donde reducimos nuestra existencia a lo que pensamos y sentimos, para llevarnos a otro donde somos el que se da cuenta, el observador, el testigo de todo ello. Más allá del sentido utilitarista, de una mejoría notoria de nuestra vida, es el primer paso en la expansión infinita de la conciencia. Ante todo somos conciencia cuántica.
@F_DeLasFuentes
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