En las calles de la Ciudad de México retumbó ayer un reclamo: “10 de junio, no se olvida, la lucha sigue”, en recuerdo de uno de los episodios más oscuros de la llamada Guerra Sucia, la Matanza de Corpus Christi o El Halconazo, ocurrido en 1971.
Este lunes, cientos de personas marcharon por la memoria colectiva de quienes murieron en el cruce de la Calzada México-Tacuba y Avenida de los Maestros, donde un grupo paramilitar “Los Halcones” se lanzó a los golpes y balazos para acallar las demandas de mayor libertad y democracia.
A 53 años del ataque de dicho grupo paramilitar, acompañado de funcionarios del entonces Distrito Federal, los granaderos capitalinos, agentes de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad, y unidades del hoy extinto Estado Mayor Presidencial, jóvenes y adultos mayores avanzaron sobre la México-Tacuba para exigir que el Estado, hoy encabezado por Andrés Manuel López Obrador, deje de lado la impunidad.
Esto con el objetivo de brindar verdad y justicia a las familias de todos aquellos que sufrieron la represión por parte del Gobierno que en aquel año encabezaba Luis Echeverría Álvarez.
Decenas de adultos mayores, decanos en las luchas sociales, miembros del Comité 68, encabezaron la marcha, siendo testimonio viviente de quienes hace medio siglo eran estudiantes y demandaban un futuro mejor.
En las filas de la marcha se encontraba un grupo de estudiantes que, si bien reclamaba la desaparición de grupos porriles en instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), entre ellos intentaban pasar desapercibidos algunos embozados.
Conforme avanzaba la manifestación, entre los participantes también circulaban panfletos en los que llamaban a luchar en contra del Estado, el capitalismo y refundar el país con una perspectiva socialista.
La movilización fue casi totalmente pacífica, aunque a momentos los gritos de los normalistas de Ayotzinapa con el puño levantado hacían pensar que su “justa rabia” escalaría, la energía de las consignas que se reflejaba en los rictus de sus rostros pero, disciplinados, no rompían sus filas.
El “negrito” en el arroz lo pusieron los jóvenes embozados que, a momentos, se congregaban en las orillas de la marcha, aunque sus acciones no pasaron a mayores.
Sólo, sin minimizar los daños, el intento de romper los vidrios de un cajero automático sobre la calzada México-Tacuba, los cadenazos que de vez en vez propinaba una joven a las cámaras de seguridad; pintas en los señalamientos de tránsito, daños en una estación de Ecobici y, ya desangelados o sin rabia, sólo pintaron las vallas que rodean Palacio Nacional.
“Ni quien los pele” fue lo que dijo una joven que portaba la bandera Palestina al hombro y que se dijo preocupada por lo que haría ese bloque.
Ya en el Zócalo, y con un disminuido plantón de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), el mitin reflejó la variopinta composición de la marcha: se habló de mantener la lucha para lograr un Estado que verdaderamente represente a todos los mexicanos, lo que conllevo cierta crítica al Gobierno en turno.
Así como la denuncia de grupos “neo porriles”, no solo en las universidades sino en el Gobierno de la Ciudad de México.
Y aunque el bloque negro hizó de las suyas en algún momento, nadie molestó a los manifestantes.