El ser humano ha tenido varios sobrenombres. Los científicos lo han llamado homo sapiens, que hombre que sabe (aunque a veces no lo parezca). Aristóteles y otros filósofos lo conocen como animal político. Pero unos cuantos prefieren decirle homo ludens, “el hombre que juega”.

Jugar parece cosa de niños, y en cierta forma lo es, pero no se dejen engañar. La importancia del juego no es menor. A una edad temprana, jugar es parte de nuestras primeras interacciones con la realidad. Imitamos en muy buena medida acciones y dinámicas de los adultos, estimulamos nuestra creatividad e innovación, forjamos vínculos y además nos obligamos a socializar.

Jugar con otras personas exige que haya cierto orden. Todo juego tiene reglas, a veces ya puestas o a veces creadas por los propios niños, pero siempre las hay. En la medida que se respeten mejor esas reglas, será más fácil jugar. Nuchos juegos son competitivos. Y no puede existir una competencia sana sin reglas claras y justas. El juego acerca a los niños a conceptos indispensables para socializar como lo son el orden y la justicia.

Tal es la importancia del juego que apenas hace unos meses, la ONU decidió designar la fecha del día de hoy para celebrar el primer Día Internacional del Juego.

Uno de los juegos más practicados entre teotihuacanos, toltecas, mayas y mexicas era el Patolli. Éste era muy parecido a lo que hoy conocemos como el juego de la oca. Se utilizaba un tablero que se dividía en cuatro y participaban de dos a cuatro jugadores. Cada jugador tenía una piedra de un color diferente y el reto era llevar esa piedra hasta la meta. ¿Cómo avanzaban? Con dados. ¿Y cómo eran los dados prehispánicos? Pues nada más y nada menos que cinco frijoles a los que se les hacía una marca en cada una de sus caras para indicar si podían avanzar o no.

El Patolli se volvió un juego de apuestas muy popular. La gente llegaba a apostar sus posesiones más preciadas y, por eso, cuando los frailes españoles llegaron a evangelizar, lo prohibieron por considerarlo “El juego de los demonios”. (Como si en España no se jugara a la baraja)

¿Sabían que hasta los grandes reyes toman decisiones jugando? Cuenta la leyenda que un día llegó a la corte persa el embajador del rey de Hind (hoy la India). El embajador sacó muchos regalos para el rey persa y luego tomó un tablero de ébano y marfil con piezas hermosamente talladas. Se lo dio al rey y le propuso que llamara a sus mejores sabios para que intentaran resolver los misterios de ese juego. Si lo lograban, el rey de Hind le pagaría tributos al Imperio persa aunque, si fallaban, comprobaría que los persas tenían un intelecto menor y, por tanto, debían de ser ellos quienes rindieran tributos. Ese tablero era un antepasado del ajedrez.

Sapere aude!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana