Es un hecho, el siguiente gobierno va a tener menos margen económico-financiero para llevar a cabo sus planes, porque el gobierno que se va no le va a dejar la estabilidad macroeconómica que otros presidentes de este siglo sí heredaron a su sucesor.
Y no habrá manera de que durante el siguiente sexenio se pueda argumentar que las carencias que habrá de enfrentar son culpa del pasado.
Sí hay que prepararnos para que, en materia de seguridad, y hasta en educación y salud, sigan las referencias negativas a los “gobiernos neoliberales” eso pega muy bien entre esa crédula clientela política de la que ya vimos sus capacidades como votantes.
Es más, el nivel de credulidad de la feligresía del lopezobradorismo alcanzaría para que creyeran que las dificultades económicas que podrían venir son culpa de Felipe Calderón o de Salinas de Gortari.
Pero los que invierten, los que participan con sus capitales, tendrán muy clara la cadena de responsabilidades. Son ellos los que saben que si algo heredaron los gobiernos panistas y priistas fue estabilidad macroeconómica.
El que claramente rompió la regla es el que se va, que como herencia dejará niveles de déficit fiscal no vistos en lo que va del siglo y un nivel de endeudamiento que ya superó el 50% del Producto Interno Bruto.
Ese es un problema mayúsculo que tendrá que administrar el gobierno de la virtual presidenta electa Claudia Sheinbaum y que en el proceso de corrección habrá cuentas por pagar para toda la ciudadanía.
Sabemos que la futura mandataria decidió dejar en el puesto de secretario de Hacienda, para reparar los estragos fiscales, justamente a quien operó el desorden que mandó hacer López Obrador, en el entendido de que sabría cómo hacerlo.
Pero la siguiente administración no podrá usar el argumento, por lo pronto el próximo año cuando la población sienta en carne propia lo que implica una política fiscal restrictiva, de que todo es responsabilidad de la pasada administración y del expresidente López Obrador. No hay manera.
Si ya se veía el 2025 como un año complejo por la corrección fiscal que viene, con todo lo que ha provocado el propio López Obrador en estos últimos días, se antoja más difícil aún.
El costo de la desconfianza estará presente durante estos largos días que faltan para que López Obrador entregue la banda presidencial y hasta que la siguiente mandataria se siente en la silla y demuestre que las decisiones que tome son suyas y son apegadas al sentido común que estuvo ausente seis años.
Aun en el escenario planteado de la continuidad, el siguiente gobierno querrá tener estabilidad macroeconómica y social para llevar a cabo esos planes y la batería de cambios constitucionales de López Obrador no anticipan que pueda mantenerse la calma financiera.
Pero uno de los recursos políticos que más ayuda a un gobierno a tomar decisiones fiscales complicadas es responsabilizar al gobierno anterior de los errores que se tienen que corregir.
No hay manera, no es posible, es impensable, que el siguiente gobierno pudiera argumentar eso que, además, sería absolutamente cierto.
@campossuarez