Más allá de lo dañina que pueda ser la reforma constitucional para desmantelar la autonomía del Poder Judicial, lo que resulta perturbador es la forma como el Presidente que ya se va trata a la virtual presidenta electa, como si fuera un instrumento de su poder personal.

Las señales que hace evidentes Andrés Manuel López Obrador van más allá de una actitud paternalista-machista en donde él se para en la puerta de “su casa”, la abraza, la estruja y la besa como si fuera su corcholata y no la candidata que obtuvo 36 millones de votos en una elección presidencial.

La señal es que él es quien la conduce tomada por los hombros hacia el interior de su Palacio Nacional. Y si hay conferencia es en su salón de las mañaneras.

Un gobierno entrante que apenas tiene poco más de cien días para tomar las riendas de un país del tamaño y la complejidad de México no tiene tiempo para que la virtual presidenta electa tenga que acompañar al mandatario saliente en su gira del adiós.

Pero es, otra vez, la señal de quien quiere mostrar su poder para hacer que su sucesora se comprometa públicamente a seguir su plan de gobierno, a terminar todo lo que dejó inconcluso, antes que sus ideas personales.

Por supuesto que la oferta no era otra que la continuidad, nadie cuestiona que el éxito electoral fue producto de los seis años de campaña del actual Presidente, de la inversión de una parte muy importante de los recursos públicos en ese proyecto y de dedicar sus únicas actividades públicas matutinas a la propaganda a favor de su grupo político.

Sin embargo, el nombre que apareció en la boleta y que recapturó a muchos desencantados del actual mandatario fue el de Claudia Sheinbaum. El mandato ya lo tiene ella.

Es verdad, será a partir del 1 de octubre próximo cuando ella asuma la presidencia de manera formal, pero es tal el peso del líder de ese grupo que sí inquietan sus señales de perpetuarse en el poder en una especie de Maximato.

Y si bien López Obrador está bien aferrado al bastón de mando, este periodo de transición es precisamente para traspasar el poder, no es para que el que ya se va quiera usar a su conveniencia, por ejemplo, la mayoría calificada de la siguiente administración.

Es muy probable que el gobierno entrante quiera exactamente el mismo resultado legislativo para controlar al Poder Judicial, pero hacerlo ver como una decisión solamente de López Obrador le quita margen de maniobra al próximo gobierno que ya no contará, públicamente, con su presencia.

Aun con todo el agradecimiento y compromiso que pueda tener la virtual presidenta electa con el mandatario saliente, la realidad es que tienen perfiles y formaciones tan diferentes que sería, digamos, un desperdicio, no permitir a esta científica tener una oportunidad de hacer las cosas con más estructura.

Es evidente que López Obrador empieza a resentir la realidad de que la Constitución lo obliga a dejar la silla en poco más de cien días y que quiere aferrarse al bastón de mando.

Pero si en algo hay consenso entre detractores y seguidores, es que su sucesora puede hacer las cosas mejor que él.

 

     @campossuarez