Cuando Enrique Peña Nieto recibió al ganador de las elecciones federales del 2018, Andrés Manuel López Obrador, el Presidente saliente le ofreció a su opositor apoyar sus iniciativas legislativas para que pudieran ser discutidas en la LXIV Legislatura que se constituía tres meses antes de su toma del poder.

Era lo más lógico, dar espacio al Presidente entrante de generar su propia gobernanza.

Seis años después López Obrador se apodera de los trabajos de la entrante LXVI Legislatura y le impone a la virtual presidenta electa, de su propio partido, la agenda legislativa que ella tendrá que seguir en el arranque de su mandato.

Ese es López Obrador, el mismo que asumió de facto el poder presidencial, con un Peña Nieto escondido en Los Pinos, y que tomó decisiones tan importantes como cancelar el Aeropuerto Internacional de Texcoco dos meses antes de portar la banda presidencial.

Al menos la Constitución marca que el 30 de septiembre de este 2024 es el último día del mandato como Presidente de México de Andrés Manuel López Obrador. Quiera o no.

A partir del 1 de octubre quien tendrá el mandato de encabezar el Poder Ejecutivo y ser comandante suprema de las Fuerzas Armadas será Claudia Sheinbaum Pardo y lo que ocurra a partir de ese momento con el ejercicio del Poder Ejecutivo será su responsabilidad.

Si ese ejercicio del poder se comparte en la sombra, si opta por seguir instrucciones a distancia o si decide asumir el mando total y ubicar al futuro expresidente en ese papel de retiro, será una determinación exclusiva de Claudia Sheinbaum.

López Obrador no se quiere ir, eso es evidente. Los desplantes que ha tenido con su propia candidata triunfadora hablan de un intento de mantener la subordinación. Mientras que las muestras de prudencia y mesura de la ganadora desconciertan.

López Obrador tiene declaraciones contradictorias todos los días respecto a su futuro. Una mañanera dice que se va a La Chingada (su rancho en Palenque, Chiapas) y no regresa, otra mañana dice que podría volver si se lo pide su presidenta y después asegura que siempre sí vendrá a ver a su esposa quien se queda en la Ciudad de México. Es el conocido valor de la palabra de López Obrador.

Estos cien días que le quedan al mandato constitucional de López Obrador van a ser determinantes para el sexenio que está por empezar.

La inminente pérdida del poder podría seguir afectando la estabilidad emocional de quien se va y podría tener una impredecible cúspide el día del último informe presidencial, además de la defensa de su agenda legislativa, llamada el plan C.

La virtual presidenta electa tendrá en este periodo la calificación de la elección presidencial en sus manos que le dará una garantía adicional de poder y autonomía. Tendrá el tiempo suficiente para empezar a explorar sus propios espacios de poder que querrá hacer valer en todos los frentes, incluido con su antecesor.

La mayoría oficialista en el congreso tendrá todo el largo mes de septiembre para definir si refrenda su lealtad con la continuidad académica o con la continuidad colérica.

Lo cierto es que serán cien días largos, estresantes, volátiles y determinantes para el México del resto de la década y quizá un par de generaciones.

 

    @campossuarez