A pesar de que ya pasaron las elecciones y sin mayores contratiempos postelectorales, hay una baja en los niveles de confianza empresarial que mide el Inegi y entre los analistas económicos se disparan los niveles de incertidumbre política interna como principal factor que puede entorpecer a la economía.
El triunfo de Claudia Sheinbaum fue, de hecho, recibido con mucha calma por parte de los mercados financieros y los analistas. Lo que ha motivado las preocupaciones dentro del sector privado tiene que ver con lo que el Presidente saliente pretende hacer con unos resultados electorales que no le pertenecen.
Por más que su figura y su dispendio presupuestal hayan sido el diferenciador en las preferencias de los electores, él no estuvo en la boleta y alguien más va a tomar su lugar en apenas tres meses.
López Obrador se ha apoderado de la agenda de transición de quien se convertirá en Presidenta de México, ha delineado la agenda legislativa del primer periodo de sesiones de un congreso que fue electo para acompañar a Sheinbaum, no a López Obrador.
El mandatario saliente ha acaparado el tiempo de la mandataria entrante y la placea por los lugares de su interés, le marca los pendientes de sus proyectos y la hace espectadora de sus festejos, como el de ayer de los seis años de su triunfo electoral.
López Obrador sabe que en 90 días él tendrá que entregar el poder presidencial a su candidata ganadora, lo que parece que no tiene claro es que a partir del 1 de octubre su carisma y arrastre popular no tienen validez constitucional para mantener el poder.
No es posible hablar por ahora de la actitud que habrá de tomar la virtual presidenta electa una vez que se siente en la silla. No sería justo acusarla de sumisa ante el apabullante poder de López Obrador cuando realmente podría estar jugando sus cartas de la forma más inteligente ante una persona claramente perturbada con el poder.
Lo que se ha perdido es tiempo para que el equipo entrante conforme su propio plan de trabajo y sus propias iniciativas legislativas. Para conocer cuál es la estrategia propia de inversión en proyectos de infraestructura, programas sociales y hasta las futuras labores del Ejército.
El acaparamiento de López Obrador sobre la presidenta electa le hace perder a Claudia Sheinbaum, aparte de ese tiempo precioso, la oportunidad de construir un margen de confianza con los agentes económicos que habrán de acompañarla durante todo su mandato.
En términos fiscales, ya aceptó que el equipo que se quede, que será el mismo que hoy comanda la Secretaría de Hacienda, le hereden un programa de corrección fiscal que habrá de limitar las obras de infraestructura que pudieran ser el sello de su propio gobierno.
Al menos durante los dos primeros años, si quieren mantener la estabilidad fiscal sin reforma tributaria, se tendrá que limitar el gasto programable y básicamente solo hay margen en materia de infraestructura.
De estos 90 días que vienen, los más difíciles serán los 30 últimos de septiembre y después del 1 de octubre en adelante todos esperamos que empiece la cuenta de Sheinbaum y solo de ella.
@campossuarez