El final del sexenio con los peores resultados en muchas décadas tiene un problema: hay que acompañar a la salida al carismático líder, al agitador de las masas, al que una parte importante de sus gobernados le han perdonado todo, y quien no parece tener muchas ganas de irse.

La Constitución no lo invita, obliga a Andrés Manuel López Obrador a que este próximo 30 de septiembre deje el poder y le da la oportunidad de estar presente en la ceremonia simbólica del día siguiente donde Claudia Sheinbaum ya será la Presidenta y recibirá la banda presidencial quizá de manos de Ifigenia Martínez.

Pero, y el pueblo ¿qué? Podría ser la pregunta de quien dentro de 88 días ya no será Presidente.

La respuesta es muy simple, la sociedad mexicana tendrá una nueva mandataria que ciertamente tiene otras cualidades diferentes a ese derroche de carisma y habilidades propagandísticas y políticas de López Obrador, pero así tendrá que ser.

La duda sobre la resistencia de López Obrador de dejar todo ese poder que hasta hoy concentra es más que razonable y no tiene nada que ver con cuestiones de género. El que se va es así independientemente de quien llegue.

No debe ser un proceso fácil para la virtual presidenta electa preparar ese camino de sucesión. Porque, más allá de ser “compañeros en la transformación”, como insiste López Obrador, tiene la idea fija que el camino a seguir tiene que ser el que él y sólo él ha trazado en su llamada Cuarta Transformación.

La mejor manera de acompañar a un líder como López Obrador hasta la puerta de salida es cargándolo y echándole porras todo el camino para que no pierda esa sensación de ser único e irrepetible.

Es llegar hasta el exceso de proponer la celebración del “Día de AMLO” el 1 de julio, porque ese día, finalmente, Andrés Manuel López Obrador ganó una elección presidencial. Esa es la mejor síntesis del momento que vivimos en México.

No solo es la soberbia de imponer a 130 millones de mexicanos un “festejo” porque 30 millones votaron por un candidato en esa elección presidencial, es la confirmación de que ese grupo político cree que haber sido electos por un tiempo determinado es igual a que les endosaron la propiedad del país.

También, con la sumisión habitual, ya le preparan encuestas de popularidad en las que podrá presumir que no ha habido mandatario de México o el mundo que haya terminado con tales niveles de aceptación, una falacia bien pagada que comprarán sus seguidores.

Lo que estamos viendo es una crisis sui géneris de final de sexenio. Hay una verdadera preocupación por generarle al mandatario saliente la sensación de que después de él, nadie ni nada.

Ya le preparan las guirnaldas de los mayores triunfos sexenales nunca vistos, los balances más positivos que ningún mandatario haya tenido en cualquiera de las mediciones posibles. Toda una escenografía teatral.

En fin, el marco ideal para que el gran líder de las masas, el mejor agitador social de los últimos tiempos, aquel que construyó la falacia de la Cuarta Transformación y transitó impunemente todo un sexenio con ella, pueda retirarse en los cuernos de la luna y eso mitigue sus ansias de poder.

 

        @campossuarez