Julia Avellán pensó en abandonar la tradición familiar de sembrar cacao. Pero un inesperado boom por los altos precios internacionales le hizo cambiar de parecer, aunque los ojos del crimen organizado se han posado sobre los productores.
De lentes y gorra y con tijeras podadoras en mano, la mujer de 41 años recorre su finca repleta de coposos cacaoteros en Buena Fe, en la provincia de Los Ríos en Ecuador.
En medio del cultivo, parte a la mitad uno de los frutos hasta sacar los granos babosos, que despiden un dulce aroma.
Esas semillas se han cotizado sin freno desde 2023, al punto de batir por primera vez en marzo los 10 mil dólares por tonelada en Nueva York.
Esto se debe especialmente a la fuerte demanda mundial y una importante reducción de la oferta procedente de África occidental.
En Ecuador, donde el gobierno no regula los precios del cacao, las ganancias son cada vez mayores.
Este año Avellán ha llegado a vender un quintal (100 libras) en 420 dólares. Antes del auge “había precios de 50 a 60 dólares que no justificaban (la inversión), daban ganas de dejar de ser cacaotero”, dice la agricultora.
Ahora, “gracias a esos precios vamos a hacer más sustentables a nuestras familias y vamos a tener en mejores condiciones y cuidar nuestras plantas con mucha más razón, porque ahora sí (el cacao) es la pepa (semilla) de oro”, celebra la productora, que heredó el oficio de sus abuelos.
“Estos precios son históricos, no los hemos tenido nunca”, señala Iván Ontaneda, presidente de la Asociación Nacional de Exportadores de Cacao del Ecuador (Anecacao).
En Ecuador, los pequeños cultivadores producen un 80% del total del fruto que crece en 22 de las 24 provincias. El resto se hace en medianas y grandes plantaciones.