Francia encendió las alarmas el día que la extrema derecha de Jean Marie Le Pen irrumpió en la escena política hace hoy cincuenta y dos años. Le Pen era un hombre de mediana edad cuando su partido, el Frente Nacional, nació. Era un hombre beligerante, con formas toscas y filtros en desuso. La idea de un conservadurismo extremo fue permeando en Francia, un país con una inmigración desmedida, marroquíes, argelinos, pied noirs, libios, ciudadanos de Centro Asia y de Oriente Medio, vieron en Francia su segundo hogar.
Todos crecieron en Francia y tuvieron hijos en aquel país. Pero comenzó a extenderse una idea de odio hacia el extranjero, en parte propiciado por Jean Marie Le Pen y su partido. Aquella idea cuajó y ha llegado hasta nuestros días.
Su hija Marine Le Pen, depositaria de los ideales de su padre, tiene en Francia una muestra perfecta para ser imbatible y llegar a la cúspide.
Esta misma idea ocurre en Italia con Georgia Meloni, una periodista que llegó a ser presidenta del país después del cansancio de los italianos de políticos corruptos que no les resolvían los problemas. No hay más que recordar la operación Gladio en los años noventa, con media clase política italiana inmiscuida en casos de corruptelas.
Victor Orbán en Hungría y Andrzej Duda en Polonia, son los dos máximos conservadores radicales en el centro de Europa. En España VOX tiene cada vez más adeptos y en países como Bélgica y Holanda la extensión de la extrema derecha permea cada vez más.
Conviene no olvidar de dónde venimos. Hace ahora ciento dos años que los fascistas italianos llegaron al poder con Mussolini como jefe de gobierno tras la Marcha en Roma, con la salida del rey Víctor Enmanuel III. El caso de Hitler fue más sangrante. Ocurrió en los años treinta y llegó al poder a través de las urnas. Han pasado muchos años, los suficientes como para entender que el tiempo todo puede borrarlo, pero tampoco podemos olvidar que la historia siempre se repite.
@pelaez_alberto