A pesar de que han transcurrido un par de años desde el fin de la pandemia, no cabe duda que ésta ha dejado tras de sí una estela de crisis; donde los errores cometidos en el pasado, han llevado no sólo muerte prematura de cientos de miles de personas, sino también a la pérdida de billones en la economía global, así como en un retroceso en diversos ámbitos.

Frente a esto, Jacques Attali, en su libro “La economía de la vida”, ha propuesto una reorientación de nuestras prioridades económicas y sociales hacia un enfoque más humano y sostenible, donde se potencien sectores como el hídrico, la salud, la agricultura, la investigación, las energías limpias, así como el mundo digital y la cultura.

Sin embargo, en Latinoamérica, la transición de la investigación científica a modelos de negocio sigue siendo un desafío monumental; ya que a pesar de los intentos, muchos investigadores han tenido que emigrar a otros países en busca de un ecosistema más maduro que promueva el emprendimiento científico.

La situación en México es especialmente crítica. Según estadísticas de la OCDE, México está entre los países con menor inversión en investigación y desarrollo, con apenas el 0.29% del PIB destinado a estos rubros, muy por debajo del promedio de los países de la OCDE (2.67%). De modo que para impulsar la ciencia, las tecnologías y la innovación, es necesario crear condiciones favorables que fomenten la innovación, desde la siembra de ideas en un terreno fértil hasta el apoyo constante en su desarrollo.

Lo anterior, toda vez que la inversión en estos rubros no sólo genera beneficios para las empresas, sino también para el país en general; pues incrementa la productividad, crea empleo e inclusión, mejora la competitividad internacional, y contribuye al desarrollo económico sostenible. No obstante, pasar de la investigación al terreno económico, es un proceso complejo y poco frecuente, que requiere un ecosistema que aporte capital, pero también experiencia y orientación para acortar la curva de aprendizaje.

En ese sentido, el reciente anuncio sobre la creación de una nueva Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, parece ser un paso positivo. Sin embargo, la realidad presupuestal plantea desafíos; ya que para realmente transformar la situación, México debe retomar la meta de asignar el 1% del PIB a la ciencia y la tecnología, como recomiendan organismos internacionales para ser competitivos.

Sólo con un compromiso financiero real y sostenido se podrá cerrar la brecha y crear un ecosistema que impulse el emprendimiento científico, permitiendo que las innovaciones nacidas en nuestras universidades y laboratorios, se conviertan en motores de desarrollo económico y social.

La gestión de la pandemia ha puesto de manifiesto la necesidad de revalorizar y priorizar sectores esenciales para la vida. Nuestro país debe superar los obstáculos que impiden el desarrollo del emprendimiento científico y comprometerse con la inversión en investigación y desarrollo para asegurar un futuro sostenible y próspero tanto en términos económicos como sociales.

 

Consultor y profesor universitario

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